Con el ojalá en los labios deja la tragedia, como si darle la espalda funcionara y cruzar los dedos pudiera superarla. Pero es poderosa y aparece a veces dejando rastro, otras ocultándolo, para fortalecerse en la duda. Se sabe fuerte, sobre todo, cuando borra caminos que tenían que seguir un trazo largo. El de Álex estaba llamado a serlo. Joven, alegre, con proyección y sueños, seguro, emprendedor y con mucho amor de los suyos alrededor, estaba dado a dibujarse en un futuro. Y se rompieron los lápices para hacerlo, igual que se quiebra una copa al caer, desde lo más fortuito. Lo peor es que esta se rompió sin hacer ruido y hubo que buscar los pedazos de cristal, volviendo a rezar a la suerte, buscando un giro al tocar el suelo que la salvara. Y en esa caída, el arrastre de la sinrazón. Álex caía desapareciendo, en beneficio de la fortaleza de la tragedia, de nuevo. Comenzaban días de mirar al reloj, de hipotetizar desde lo desconocido a lo que se llega a convertir en familiar. Días amargos en la espera de una familia que le da vuelta a los dedos y revuelve las manos queriendo encontrar algo en ellas. Días que son años y que hablan tanto que enmudecen. Días sobre días que restan mientras suman. Días en los que piensas que la crueldad de las cosas se hornea desde la causalidad, sin un plan trazado. Hemos seguido el último fin de semana de Álex llenando espacios vacíos para tirar del hilo de una razón que explicara algo, cuando esta se había quedado lejos de su viaje. Sin verlo, tenemos su imagen con sus amigos de fiesta. Y al final, la intención de ir al cumpleaños de la abuela, la cita del día para él en ese sábado en que la tierra le dio un mordisco de ballena. Era ese plan familiar el que, de tener falta, abría la puerta a un camino que pintaba luto. Pensar lo que puede pasar por la cabeza de una madre, una abuela y una hermana que esperan con la tarta enfriando, destroza. Arrastra un dolor tan íntimo que duele en lo impropio. Todos esperábamos con ellas, porque Álex se convirtió en ese ojalá berciano en el que nos unimos buscando un coche gris, siempre con el ojo puesto en la pegatina de su peluquería, colocada en la trasera. Y de repente, igual que despliega alas la esperanza en medio de la desazón de la ignorancia de qué está pasando, se las quita y se echa al suelo. Le corta el vuelo . Aparecía un cadáver. Era el de Álex. Nueve días esperando que este no fuera el final y de pronto, todo ese lienzo lleno de caminos posibles… se vuelve negro. Y se tiñe de un descansa en paz imposible. DEP Álex

Con el ojalá entre los dientes
06/08/2024
Actualizado a
06/08/2024
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