Llego a casa y escucho lo de «¿Qué? ¿Ya te dieron el alta?». Digo «sí, creí que iba para poco, pero la cosa se fue agravando y Diego, que no es galeno, sino camarero, dijo que mejor quedara allí unas horas en vigilancia, luego ya empezaron a llegar las visitas y tampoco era plan de dejarlas allí tiradas».
Porque aparecieron los de La Lastra y nos vinieron los recuerdos de aquellas gentes del bar La Gamba como Julio, el cabra; el sheriff de la Corredera; el faraón, torero que no mató ni un toro; o el pobre desgraciado de Pepe, el venas. Así estuvimos un rato y mientras tomaba lo que Diego iba sirviendo, que o te mata los virus o los revive, aparecieron los de Turcia, bueno el de Turcia, porque los otros son ‘arimados’. Lo está haciendo muy bien el de Turcia con el tema de la repoblación, por su obra y gracia uno de Zalamillas y otro de Vega de Espinareda están contribuyendo a repoblar el pueblo, tanto que él, el de Turcia, ya está mirando casa para pasar los fines de semana lo más lejos posible de allí. De fuera vendrán que de casa te echaran, que diría la tía Erótida.
Cuando me dejaron el de Turcia y los arimados intenté marchar de nuevo, pero como si hubieran vuelto a echar monedas a la tele, que te da cosa no agotar el crédito, apareció el señor Celestino, que se vino desde Bilbao, donde vendía jamones «a cienes», contraviniendo los deseos de su padre, siguiendo a la mujer con la que lleva toda la vida casado, y al hilo de la muerte de Fidel recordamos la historia de otros siete hermanos de un pueblín del Torío, metidos en política, que cuando la guerra se exiliaron a Cuba, donde encontraron el peor de los destinos posibles.
Y para rematar llegó el poeta y se puso a recitar por Lorca hasta que le mandaron callar en una prosa irreproducible aquí. «Por qué nadie me escucha», lamentaba, «porque les gustas más beber que la poesía». «Eso es», repliqué yo, y Diego puso la puntilla «ale, Mirantes, ya puedes irte».

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19/12/2016
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08/09/2019
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