Días hay en que, al afrontar la escritura de esta semanal colaboración, a uno desde la conciencia se le proyectan en la pantalla noticias que, vistas o leídas, lo han apesadumbrado y llevado a preguntarse si, en medio de tantos desmanes en vario campo y de varia procedencia que llegan a marchitar convicciones, ilusiones y esperanzas -Ay Diógenes de Sinope, ay Lord Byron!, también yo «cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro» y a mi gata- mantiene algún sentido este escribir del quehacer de los hombres (no siempre humano) o si no será este persistir tardanza en su reconocimiento como uno más de los muchos actos inútiles, que ni a fallidos llegan, en que uno se empeña quizás por sospecha de que el callar sería acción cuasi alquímica que mutara la pesadumbre en íntima y vergonzante amargura y, más, cuando no sólo he de enfrentarme a los espejos sino a la alegría y esperanza de inocentes y crecientes vástagos. Y así, aun mi propio riesgo de amargura y mi propia insignificancia en lo escritural y, por ello, en lo memorístico o histórico, cómo permitir que por un azar oral llegue mi cómplice silencio ante tanta desventura del ser humano a manos de sus propios congéneres llegue a oídos de quienes por sangre y palabra alcancen a conocerme o recordarme.
No, no quisiera que nadie les pudiese decir que, ante unas muertes accidentales, o quizás debidas a la avaricia que tantas veces rompió y rompe más que sacos, mantuve silencio. Ni que igual hice ante un nuevo oprobio a Susana Rivera, viuda de quien considero maestro, Ángel González, a cuyo ánimo recibido en Candás «Mar Adentro» (¡Ay Teodoro Rubio!) debo el aún atreverme, el no renunciar, a ensayar versos con mis renglones cortos, por parte de un(os) mandarín(es) que parece(n) querer adueñarse de su legado. Menos mal que, como bien le dice Diego Medrano a Ángel: «Quedas tú. Por encima de ladridos, vilezas, reyertas e injusticias, quedas tú. Queda tu poesía limpia y noble, queda tu voz desgarrada entre los restos, el éxito de todos los fracasos, la enloquecida fuerza del desaliento».
Y así, cómo guardar silencio ante esos crímenes que, asesinando, niños, paramédicos o quemando periodistas, revelan, ¡una vez más!, ¿hasta cuándo?, que la tortura es práctica exclusiva de la llamada humanidad. Cómo no dolerse, cómo no rebelarse, cómo no gritar ¡basta ya!, ante el genocidio llevado a cabo contra el pueblo palestino por quienes más sufrieron el nazi no hace un siglo. Cómo callar ante tanta ignominia.
¡Salud!, y buena semana hagamos… ¡Y tengamos!