Ante la perspectiva posible de un acabose nuclear por culpa de la movida en Ucrania, uno se siente desvalido, triste, confuso y de muy mala hostia. Sí, ya sé que algunos pensaréis que exagero, pero tenemos miles de casos en la historia en la que la situación parecía controlada y al final, por una tontería, se preparó la de dios y nadie fue capaz de frenarla. Como dijo Chejov hace mucho tiempo, si una pistola aparece en el primer acto de una obra de teatro, tarde o temprano habrá un asesinato. Ante esta situación tan apocalíptica y desgarradora, uno cree que lo mejor es hacer como aquellos que esperaban el fin de los tiempos, en el año 1000: comer, beber, dormir y fornicar; ojalá el mundo se convirtiese en una orgía inacabable, donde el trabajo fuese considerado, ¡por fin!, como una maldición bíblica y las excusas que nos han impuesto los calvinistas sobre que el egoísmo es algo ético y necesario, se olvidasen. Los que afirman que la historia no existe, que todo es nuevo y diáfano, los putos capitalistas, están que se frotan las manos ante la posibilidad de que Rusia deje de existir como la conocemos. Esta nación, la más grande del mundo, posee las mayores reservas de petróleo, de gas, de oro, de diamantes y de agua dulce que hay en la tierra. Si Rusia se dividiese en cincuenta o cien pequeños estados, nadie les impediría llegar y tomarlos como si fuesen suyos. Lo han hecho a lo largo de la historia cientos de veces, como por ejemplo, en la antigua Yugoslavia. ¡Siempre Yugoslavia! El fin último de esta gente es ganar dinero, cada vez más, sea cual sea el precio que los demás tengamos que pagar. Desde que comenzó la dichosa pandemia del Covid, los diez tipos más ricos del mundo han multiplicado por dos o por tres su capital. Para ellos no cuenta aquello de «en época de tribulación, no hacer mudanza», todo lo contrario. «Sangre en las calles, dinero en el banco»...., que se lo pregunten a los suizos.
Por tanto, os aconsejo qué viváis. Ya sé que nadie me ha pedido el consejo, pero, ¡joder!, está bien de vez en cuando ser un iluminado, como mi hermano Pantera, el primer astur-leonés que tiene línea directa con los de Alfa Centauro. Como ando algo enfadado con él, no sé qué le habrán dicho para prepararse ante el apocalipsis, pero seguro que incluye recomendaciones como no ir a votar nunca más, no hacer caso a toda la pléyade de juntaletras vendidos al poder, dejar de ver Tele 5 y admirar, sin dudar, al Rey Emérito y al duque de Palma, prohombres que piensan con el pito sólo y exclusivamente. ¡Ya quisiera uno haber follado una quinta parte de lo que han follado estos prendas!, porque, al fin y al cabo, es lo que se llevan por delante. No estaría mal que el Emérito dejase, para que la ciencia lo estudiase lo más detalladamente posible, su pijo a la universidad de León, pongo por caso. Los veterinarios sacarían muchas conclusiones... Es como cuando de pequeños nos íbamos a bañar al río la pandilla de amigos, y de amigas. La idea era bañarnos en bolas; pero cuando aparecía Vitorón con aquel instrumental tan de ciencia ficción, los demás nos acobardábamos y nos poníamos los calzones...
Además de lo de no parar con lo de la ingle, o con lo de la pelvis, como Elvis, comed. Total, para lo que nos quedará, será una bobada cortarse. Chuletones de mandril, entrecots de pavo real, solomillos de gato nonato, filetes de ballena, lenguas de colibrís, pezones de vaca rellenos de langosta, pato en tempura, jabalí asado con crema de castañas, (de las de verdad, que las otras dan mal sabor), pollo de corral con algas y ventrescas de tiburón deconstruídas con palo santo y miel..., lo que sea que nos alegre el paladar los últimos instantes de nuestra vida, antes de que explote la bomba y lo mande todo a paseo.
O, también, podemos hacer como los héroes de ‘Fahrenheit 451’, la novela de Ray Bradbury, donde cada uno de los elegidos se aprendía de memoria un libro para que sus enseñanzas, sus esperanzas, sus miserias, no se perdieran después de que todo acabara. Uno, de poder elegir, sería ‘El hombre que fue Jueves’, de Chesterton, una gozada llena de humor y de situaciones inesperadas, donde el jefe de los anarquistas que quieren acabar con la sociedad es, a la vez, el jefe de la policía y los miembros de la junta directiva, cada uno con el nombre de un día de la semana, son, también, delincuentes y policías. Al final, es lo que hay: la policía, los cuerpos y fuerzas de inseguridad del Estado, son los encargados de mantener el tinglado en pie, y, también, los topos que no dejan de roer los cimientos del estaribel hasta conseguir destruirlos. Son, claro, como el topo aquel de la Catedral, pero mucho más difíciles de cazar. Salud y anarquía.

Comed y bebed
27/01/2022
Actualizado a
27/01/2022
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