El cocido de Adela y dos «cojones»

07/01/2025
 Actualizado a 07/01/2025
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A veces te reconcilias con la vida, que gusta de repartir bofetadas a siniestro más que a diestro, porque te contagia con la valentía de aquellas que tienen un coraje traducido en una frase al uso que enarbola los genitales masculinos. «Con dos cojones» ha mirado a los ojos al futuro de frente Pili desde San Cristóbal de Valdueza, la atalaya del Bierzo y la entrada al Morredero, para abrazar a los pueblos de La Cabrera. Es su pueblo, en el que empezó a trabajar en un pequeño mesón, donde Adela le enseñó que hacer las cosas con mimo se premian, nunca con dinero, siempre con un suspiro reconciliador al acostarse, que deja el cuerpo para regalar burbujas de cariño. Pili pasó los 50 recorriendo sin caerse esa línea estrecha de rutina que va marcando el reloj, dejando poso y sumando más nostalgia que futuro. Y en medio de la reflexión vio que a su pueblo le quitaban el tapón y cedía a colarse por el sumidero. Por ese pequeño tobogán se colaban vecinos, negocios y el último bar. Y Pili no pudo asumir tanto destrozo. Como a quien tocan la raíz desde dentro de la tierra, sacó las uñas para arañar una puerta. Lo hizo con ganas, dejando a sus espaldas un presente ganado desde un supermercado amable, con el que compartió media tarta de cumpleaños. Y arañando abrieron del otro lado, abrazando su intención de sacar de la agonía al alto berciano que comenzaba a dejarse al albur de la ola.  Pili miró las fotos grabadas en su retina de Adela y de su cocido. Y encendió el fuego de la cocina de nuevo. Y puso agua en la pota hasta escuchar el agradable chop chop que parece dar aliento a la calma del líquido elemento…a cocer,lento.  Huele desde aquí el suculento manjar que no se sirve en una mesa y que ella saca de sus fogones cada día. Es el olor de la vuelta a casa, el sabor del rural cuando se repuebla, la bonhomía de los propios haciendo pueblo de nuevo.  Sintió todo eso y más cuando el cocido le devolvió la escena, remangada para lo que llegue desde una «nueva rueda» que comenzó a girar, agarrándose al pálpito de volver a ver un San Cristóbal a salvo.  Oliver, el primer bebé berciano del año no lo sabe aún, pero también forma parte de la esperanza de ese mismo pueblo, al que pertenece, y entre pañales y sin voz, dice que aún queda savia. 
 

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