En la política actual española ya no se trata de «buscarle las cosquillas» al PSOE, veterano partido instalado actual y democráticamente en el poder mediante limpias elecciones, sino, por parte de la oposición –tanto de la «derechita cobarde» (PP) como de la «derechona valiente» (Vox)–, culparlo de incapacidad para gobernar y, consecuentemente, demandar urgentes comicios para desbancarlo del poder. Pero lo más curioso y preocupante es cierta tendencia añorante del franquismo, cada vez más numerosa, tal y como ha manifestado recientemente la expresidenta de la Comunidad de Madrid, doña Esperanza Aguirre, compañera de partido y de no menor encantadora sonrisita que la actual presidenta doña Isabel Ayuso, gran degustadora de la fruta.
De la misma manera que las aguas limpias de los ríos y de los mares se están convirtiendo a marchas forzadas en sucias o fecales, la política, como arte de gobernar depuradamente en pueblos y ciudades para conservar sin ánimo de lucro el orden y buenas costumbres, se está convirtiendo por desgracia en algo repugnante, por desdeño a la pulcritud, honestidad y filantropía. Dicho de otro modo y para su mejor ubicación, la política actual discurre en sumideros o cloacas, esos conductos de desagüe para aguas sucias e inmundicias. Con este proceder, tanto se está desvirtuando el concepto de ‘política’, no siendo, pues, de extrañar, que el censo virtual de apolíticos esté creciendo considerablemente y que a la hora de votar se vayan a jugar al parchís con la suegra.
Juan Luis Cebrián publicó en El País (mayo, 2022) que la primera vez que oyó a un ministro de la incipiente democracia española quejarse de la actividad de las cloacas del Estado fue cuando Fernández Ordóñez, titular de Justicia en el primer Gobierno institucional de Adolfo Suárez se enfrentó a su colega del Interior tras la tortura y asesinato de un etarra en la Dirección General de Seguridad.
Cuando se tilda a un gobierno de ser las «cloacas del Estado» y a sus ministros de «fontaneros» de las mismas, se refiere a un poder fáctico que va más allá del parlamentarismo y que atañe al sistema judicial, a las estructuras policiales, al Ejército, a los poderes económicos y al búnker mediático.
Es evidente que la alusión a las cloacas del Estado genera un clima de inestabilidad que facilita el apoyo a soluciones de fuerza: cuanto peor mejor. La persistencia de la derecha en tildar al gobierno del PSOE de cloaca es sumamente grave, porque revela que hay individuos operando al margen de las instituciones democráticas para derribar y destruir a rivales políticos representando el peor de los legados de la dictadura franquista. Y, no solo eso, sino que sugiere que hay muchos interesados en frenar que en España gobierne un partido virado hacia la izquierda. ¿Y que lo haga presidiendo el gobierno de nuestra queridísima patria un sujeto emperrado en las cloacas o sistema de evacuación de aguas negras y grises? ¡Eso no manda ya narices, manda huevos! Porque el sistema está gobernado desde la Moncloa por un tal «Perro» Sánchez, un personaje merecedor de todo tipo de «caricias» hasta el extremo de honrarlo nada menos que de «mafioso» (vocablo italiano significativo de tipo perteneciente a «crimen organizado»). No obstante, en mi modesta opinión, la deshonrosa traslación de su nombre por parte de la derecha se queda corta, muy corta, cortísima. ¡Qué falta de imaginación! ¿No hubiera sido más despectivo en aras a su deterioro, infamarlo como Chucho Sánchez, alias Guau?