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Claudia Cardinale (Tocamos su abrigo)

29/09/2025
 Actualizado a 29/09/2025
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Muere (con 87 años) Claudia Cardinale, la actriz a la que el cronista tocó el abrigo. Con 22 años, recién llegado a Madrid, a una pensión de la calle San Bernardo, en compañía de otro iluminado pobre, también salido del seminario, de nombre Agustín Delgado, leyeron en la prensa que se presentaba la película ‘El gatopardo’ y no se lo pensaron más. Revolvieron en los bolsillos  a ver si quedaba algo, llamaron a los amigos, Antón, Higinio, a ver si a ellos les «molaba» la cinta, y se dispusieron a vestir sus mejores galas...

¡El gatopardo! Nada menos que ‘El gatopardo’. La película se basaba en la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que contaba las andanzas de Garibaldi en Sicilia cuando el ‘risorgimento’; y su sobrino, Alain Delón se enamora de Angélica, la hija del alcalde avaro, nuevo rico, representante de aquella burguesía en ascenso... Y aquel príncipe: Don Fabrizio Salina, Burt Lancaster, que dice aquello de «es preciso que todo cambie para que todo siga igual». Demasiadas tentaciones para aquellos dos pardillos que acababan de poner en marcha junto con una pandilla de amigos leoneses, la revista de poesía Claraboya con la que pretendían «cambiar la poesía española».

Pero, aunque ninguno de ellos lo reconociera entonces, todos estábamos convencidos que era la belleza salvaje de la protagonista, una tal Claudia Cardinale, cuatro o cinco años mayor que nosotros, nacida en Túnez, de padres sicilianos, y con un comienzo triunfal en el medio mas popular del momento. Agustín Delgado, un filósofo venido a más y cautivado por las enormes posibilidades expresivas de la poesía, estaba a punto de convencernos de que, a través del arte, se puede cambiar el mundo. Y a través de la belleza. Y que, la gente «de pilila pequeña» (expresión debida al hermano del pintor Antón, hoy Luis Mateo) como nosotros, tenía a su alcance el ingenio, que es el arma adecuada para luchar contra el poder en tiempos de dictaduras poderosas y de súbditos hundidos en las más crueles de las miserias, que son la ignorancia y el batimiento.

Y fue así como asistimos al nacimiento de aque mito que iba a ser para nosotros desde entonces aquella mujer tan bella, cuyo abrigo logramos tocar a la salida de la sesión cinematográfica, cuando ella y Alain Delón salieron, cogidos del brazo, por el pasillo que los asistentes les hicimos hasta el coche que los esperaba fuera. Era un abrigo gris claro, de piel como de un tigre en celo. Ni Agustín ni nadie nos lavamos las manos en muchísimo tiempo.

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