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Clásicos contentos

12/11/2023
 Actualizado a 12/11/2023
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Tengo un amigo que se está obligando a leer a los clásicos y me hace verdadera ilusión que avance en ese propósito de refinar su espíritu, ya de por sí nada simple. Pero siento ilusión por egoísmo, porque es tan extraordinario topar con gente con buenas lecturas (y aquí no se salvan ni los graduados en Humanidades) que cuando la encuentro odio soltarla, es puro tuétano. Recientemente se ha zampado a Orwell, ahora está con Homero. El siguiente puede que sea Virgilio. Si no se cansa, nos esperan divertidísimas sesiones de comentarios, poca cosa lo de Rubén Amón y Sergio del Molino en Onda Cero a nuestro lado.

Cuando miré su lista de pendientes (donde se mezclan grandes y pequeños, pero nadie que apellide Ónega) no pude evitar la mirada paternalista, asaz soberbia, del que ha leído y leído y pretende hacer bingo al repasarla, aunque ahora recuerde tres olitas nada más de entre tantas páginas. En esa lista eché en falta más clásicos españoles además de Galdós, y se lo hice ver. Ya los leí, se defendió. Pues ahora léelos como adulto, repliqué, no sin programarme sugerirle algunos. Es mi deber de sobrado. 

Existe la posibilidad de que acabe (o empiece, si este texto le llega a tiempo) el catálogo de recomendaciones por Luis Mateo Díez, recién anunciado Premio Cervantes al que alegraron el día con la noticia, según se jactó el hombre con el corazón en la mano. El mismo que luego dijo que la literatura es un territorio que subyuga de tal manera que no se encuentra nada en la vida de esa intensidad, tan hiperbólico que no estaría de más recordarle que la literatura es una pasión menor comparada con las más terrenales. Luis Mateo Díez, hombre vitalista con cuerda para rato, si me fío de la impresión que me dio en una ocasión en que me lo crucé acompañado de otros tres académicos saliendo de una sesión. Él iba contando y contando y yo veía cómo atrapaba a sus oyentes en la pegajosa tela de araña narrativa. De verbo incontinente y cálido carácter, es un señor con barba (sintagma preferido de la lúcida dramaturga Andrea Jiménez) del que hace más de veinte años el departamento de Teoría de la Literatura de nuestra Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de León ya tenía claro que era un clásico contemporáneo. Como otro señor con barba llamado José María Merino.

Me llenaría de orgullo y satisfacción que mi comisariado literario triunfara y mi amigo se volviera fanático del escritor leonés. Porque podría acercarse a la Universidad de Alcalá el próximo 23 de abril a vitorearle, que no le queda muy a desmano, y así contento Luis Mateo y contento él. 

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