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Clases para ser turista

04/05/2023
 Actualizado a 04/05/2023
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Cuenta una educadora que durante una visita guiada por el Valle del Jerte una familia estaba profundamente indignada porque ya no había flores en los cerezos. Hay que ver qué descortesía extremeña que después de vender durante décadas los preciosos paisajes blancos como experiencia turística resulta que uno llega unos días tarde y no hay flores con las que reventar el Instagram. Con lo que cuesta la gasolina, el restaurante y el hotel. Con la ilusión que tenían los niños. A esta anécdota descorazonadora añade la propietaria de una plantación de lavanda que ha recibido quejas de algunos turistas porque crecen hierbas en las fincas contiguas que estropean las fotos. Pero qué desconsiderada es la naturaleza. Incluso explica que los propios ‘influencers’ habían creado un mapa oficioso de los campos donde indicaban el lugar exacto para lanzarse al selfie perfecto. «No tenemos un mapa porque no se pueden pisar los campos. Esto es una explotación agraria», tiene que frenarles estupefacta.

No existe nada más dañino para el mundo rural que la burbuja de irrealidad de ese turismo espectáculo que visita los paisajes como decorados de fin de semana creados únicamente para su disfrute efímero. El turismo es una pieza clave de la salvación de los pueblos solo si mantiene la convivencia con el resto de usos de cada comarca. Y a ser turista también se enseña, y se aprende. Uno disfruta viajando cuando experimenta la sensación de colarse por unos días en un lugar que no le corresponde y empaparse de una vida distinta que se desarrolla como siempre sin prestarle casi atención. Si entregamos el futuro del medio rural al turismo hay que empezar por impartir esa educación turística. Nadie se interesa por lo que no valora y nadie valora lo que no respeta. El resto es una degradación vergonzosa de nuestra esencia. Otros protestan por las impertinentes campanas de la iglesia o los maleducados gallos. Cantan demasiado pronto los domingos por la mañana.


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