07/09/2023
 Actualizado a 07/09/2023
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Hace mucho tiempo, cuarenta y tantos años o así, leí una frase que, textualmente, rezaba: «al tener el excusado fuera de la vivienda, junto a la cuadra, se le llama civilización. Al tenerlo al lado de dónde se come y dónde se duerme, se le llama progreso, algo muy cómodo pero más insano». Lo escribió un italiano, Guareschi, en un libro suyo de los años sesenta del pasado siglo y cada vez que me acuerdo del párrafo no puedo por menos que pensar que como profeta no tenía precio.

Viene esto a cuento porque hace un mes tuve que acompañar a mi hijo a ver pisos para alquilar. En Santa Ana vimos uno, precioso y muy bien de precio, una bicoca, que tenía dos baños: uno, pequeño, con plato de ducha, cagadero y lavabo, estaba justamente al lado de la cocina. El otro, con bañera y todo lo demás, se hallaba en la habitación principal, de la que sólo lo separaba una puerta muy endeble. Por supuesto, los dos carecían de ventana, y aunque tenían una especie de ventilador que se accionaba al encender la luz, no lograba sacar los olores, que se habían pegado a las paredes y se notaban nada más entrar en ellos.

Progreso..., ¡cuantas blasfemias se han cometido en su nombre y que a gusto estamos sufriendo todos su avatares! El progreso es un concepto capitalista; no tiene ningún sentido fuera de este contexto. El progreso lo inventan los actores de la primera revolución industrial, la que aprovechó, por vez primera, el carbón y las máquinas que nacieron de su uso. Los obreros, los currantes, trabajaban ochenta horas a la semana y podían adquirir, con su mísero sueldo, los bienes que iniciaron el más descarado consumismo; hasta llegar hasta hoy. El progreso es, por tanto, una quimera, un engaña bobos que nos hace infelices y que no tiene vacuna. La civilización, por el contrario, es el producto de una sociedad compleja, en el que nace un plan de vida factible, en el que se crea una relación con la naturaleza. La civilización tiene, (o debería tener), como fin el progreso de la humanidad, del hombre, dejando a un lado la mera realidad del beneficio. Lograr la instauración de la civilización, a estas alturas, es conseguir que exista la paz, que los pobres sean menos pobres y que los ricos no sean tan ricos; civilización es poder acudir al médico sin pagar, recibir una educación de calidad que no nos cueste un potosí; poder acudir a una biblioteca para coger los libros que nos interese leer gratis y tener tiempo para estar con la familia y los amigos; y, también, es poder cagar en un lugar que se ventile rápidamente, que no nos infecte con su peste y que el siguiente que se siente en el trono no tenga que rumiar los restos hediondos del usuario anterior. La realidad es que la civilización debería ser esto pero vamos camino de que se convierta en lo contrario, en un progreso desaforado, ansioso, maniático y criminal...Vivimos en una sociedad que perdió los valores que han guiado la vida de todos nuestros antepasados para abrazarse a inventos estúpidos que sólo buscan su destrucción. Nos hemos olvidado de lo que nos hacía únicos como humanos, aquello que permitió nuestra evolución de «animales a dioses».

Yo, gracias a Dios, a Alá y a Yavhé, todavía puedo cagar en un excusado que no está al lado de dónde como y de dónde duermo; un espacio que, además, tiene un ventanal enorme y que me sitúa cerca de la más ancestral naturaleza. Pero, por desgracia, la mayoría de los humanos viven en ciudades, en pisos de apenas ochenta metros cuadrados de superficie, con lo que esto conlleva... Otra cosa muy trascendente es que somos, los hombres en general, tan cretinos que nos llamamos a nosotros mismos ‘ciudadanos’, como sí sólo importasen los urbanitas, como si sólo existiesen los urbanitas. ¿Qué ocurre, entonces, con los millones de seres humanos que habitamos en villas, en pueblos o en aldeas? ¿No somos, para nuestra desgracia, iguales a los ‘ciudadanos’? No, y ahí está el quid de la cuestión: que la tan idolatrada «igualdad» es la mayor trola de la historia.

Somos partes de lo que en este país se llama la ‘España vacía’, lugares espectaculares, con una naturaleza desbordante, apabullante, maravillosa, pero sin gente, sin servicios o con servicios muy deficientes, incomparables a los que disfrutan los que tienen que mear y cagar al lado de la habitación dónde duermen o dónde cocinan.

Uno, como millones de seres más, es un romántico..., y está orgulloso de serlo, pero el peaje que tiene que pagar para seguir siéndolo es, a veces, incomprensible e inasumible en una sociedad sana. Los servicios médicos, los educativos, el ocio y mil cosas más están dónde viven los ‘ciudadanos’; los rurales nos tenemos que conformar con la mierda de migajas que nos conceden, como si fuese un regalo, una dádiva y no un derecho. Porque, en un estado civilizado, todos pagamos los mismos impuestos y, por lo tanto, tendríamos derecho a los mismos servicios. Ayer comenzaron las clases para los niños y en mi pueblo, por ejemplo, seguimos con la cantinela de la escuela pequeña, en la que no caben todos los infantes, de la ausencia de comedor, de la inexistencia de un servicio de madrugadores... ¡Menos mal que, si se nos estropea el excusado, podemos cagar de campo y follar de luna, que eso sí que no tiene precio...!, y bien lo sabéis los urbanitas civilizados... Salud y anarquía.

 

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