En los últimos tiempos tenía dos citas anuales con Javier Krahe: una en el concierto que hacía en la sala La Vaca de Ponferrada y otra en Zahara de los Atunes. En la primera me pasaba lo que suele ocurrir con los famosos. A saber: yo quedaba con Krahe, de forma personal, para que me cantara a mí y sólo a mí y él quedaba -a traición- con otras doscientas personas más.
¡Y qué difícil es acercarse al escenario sorteando codos y pisotones!
Nada, era imposible conseguir hablar con él y decirle: «Oye, Javier, un concierto fantástico, vuelve a cantarme -y esta vez a mí y sólo a mí, no me engañes- la de Antípodas, venga».
En la segunda, coincidíamos en las terrazas de Zahara, en unas tomando una caña y en otras un salmorejo, y siempre, por las noches, en la Ballena Verde, donde sirven algunos de los mejores mojitos del mundo (creo yo).
Y, de nuevo, me resultaba imposible decirle nada, acercarme y empezar: «Estooo... Javier... que...». No tanto por timidez como por la sensación de estar jorobándole el descanso, porque él merecía tanto unas vacaciones sin fans como yo sin plenos municipales.
Hoy, que cuando lean esto ya estaré a las orillas del Atlántico, será imposible no acordarme esta noche de Krahe cuando vuelva a la Ballena Verde y me tome el primer mojito de esta semana de olvido de mí misma.
En fin, Javier, que nunca pude decirte ni mú «¡por manitú!». Pero ha sido estupendo poder leer estos días las muchas cosas que te han dicho tus admiradores en todos sitios, desde las redes sociales a las columnas, del bar a la radio. Y, ahora que -y bien que lo sentimos- estás en las Antípodas, sólo espero que lo único «idéntico a lo autóctono» allí sean las salas de conciertos siempre llenas allá por donde pasabas.

Citas con Krahe
18/07/2015
Actualizado a
14/09/2019
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