En los primeros compases de la gorda que se armó a propósito de El Gordo de la lotería en Villamanín, me vino a la cabeza la nueva novela de nuestro paisano Luis Mateo Díez, El vigía de las esquinas (Galaxia Gutenberg). Percibí en la picaresca burocrática de la inflación de las participaciones un reflejo de esa sociedad anárquica y amoral que recrea el premio Cervantes en su obra. Sin embargo, un milagro navideño que bien podría servir de recreación para el próximo anuncio de la lotería de Navidad ha dado la vuelta al caprichoso argumento de los acontecimientos. Como dice el eslogan del sorteo El mayor premio es compartirlo, y es que parece que ha surtido su efecto el guión tan acaramelado y mimoso que conciben sus mentes pensantes.
En una sociedad en la que el dinero saca lo peor del ser humano, en un mundo en el que hay millones de personas que se están quedando atrás, en unas familias que se rompen por disputas testamentarias, toparse con un episodio en el que unos premiados de la lotería renuncian a parte de su botín para dárselo a otro, parece que estamos ante una fábula evangélica del sermón de la montaña. Precisamente, lo acontecido estos días en el municipio leonés tiene más significado de lo que parece. Si el capitalismo es la gravedad que hace pivotar esta atmósfera, la metodología altruista utilizada en Villamanín ha descubierto vida inteligente en otros sistemas económicos.
A finales del siglo XIX, coincidiendo con la publicación de la encíclica Rerum Novarum (1891), G.K. Chesterton y Hillarie Belloc plantearon un sistema alternativo al socialismo y al capitalismo que bautizaron como distributismo. Esta idea se basaba en la distribución de la propiedad privada para que el mayor número de familias posibles tuviera bienes productivos. La providencia ha querido que de un mal se saque un bien. Esa misma bendita casualidad que hace que si hace un año muchos pueblos afectados por la Dana fueran agraciados con la lotería, hace una semana la dicha bendijo a los asolados por los incendios.