07/04/2024
 Actualizado a 07/04/2024
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Que dice el ministro Óscar Puente, ese ciudadano que antes fue alcalde de Valladolid y ahora compagina la encomienda gubernamental con su afición desmedida por la red social X, que ha encargado a sus muchachos de confianza con sueldo público un control exhaustivo de los artículos de opinión, en los que su buen (?) nombre sea o haya sido mancillado. Más bien este populista padre de la patria quiere armar un catálogo de lo que él entiende como insultos o descalificaciones para -dicho con todos los respetos– meter mano a quien se ponga por delante. En otras palabras, Puente anda escocido y esparragado desde su asunción a la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados, cuando la fallida investidura de Núñez Feijóo. A partir de ahí comenzó su peculiar andadura a golpe de tuit. 

En el fondo –y también en la superficie- lo que pretende el titular de Transportes es acojonar a aquellos que no comulgan con los postulados sanchistas, y él, dado su furibundo carácter, se ha convertido en el ariete que necesitaba el ‘amo’ del Gobierno para llevar a buen puerto el ‘trabajito’. Desviar de la opinión pública las cuestiones grises del Ejecutivo es lo que le quita el sueño al arrendador de la Moncloa, por lo que el malencarado Puente se ha encargado de hacerle la vida más ‘fácil’. 

Aun así, el exalcalde y ahora ministro sabe que ejerce de interino en toda regla. O debería saberlo. Que Sánchez lo va a usar como un moquero mientras duren las circunstancias actuales, y después, si te he visto, no me acuerdo. Vale para lo que vale, que no es precisamente para gestionar un ministerio del calado de Transportes. Y a las pruebas hay que remitirse. Él sólo ejerce de contrapeso provinciano con teléfono en ristre y lo demás se la bufa. Ese es Puente. Andan por ahí algunos ingenuos –sobre todo entre los socialistas– que han pretendido compararle con el Alfonso Guerra de los mejores tiempos; con aquel Guerra que cuando hablaba lo incendiaba todo por su agudeza y facilidad oratoria ante las masas. Pero Guerra jamás fue un charlatán. Que ya lo decía el leonés Carlos Valdivia, un vendedor ambulante de quincallas y otros artículos menores, que solía poner el tenderete al lado de la llamada mezquita de Ben-i-mea –los famosos urinarios públicos– levantada en la Plaza de San Marcelo, vulgo de las Palomas. Pues bien, cuando oía que alguien le llamaba charlatán, contestaba airado y sin darse respiro: «oiga, amigo, charlatán es el que habla mucho y no sabe lo que dice; yo hablo mucho, pero sé lo que digo». 

No hay color ni comparación posible. Puente se ha transfigurado en un charlatán faltón y de recorrido justo, a quien el recordado Carlos Valdivia, hoy, le daría sopas con honda si hubiera existido en su tiempo la red social X.

 

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