¡To chamuscao! quedó por un costado y tierno por dentro el entrecot que me comí el jueves al mediodía y lo rico que estaba todavía me maravilla. ¡Cómo me supo! Vale que todo proceso de combustión genera en el alimento quemado unas partículas de sobra retratadas como cancerígenas, pero un ligero chamusque de vez en cuando quizá se pueda permitir. Porque lo de mi filete del otro día es para probarlo al menos una vez en la vida. Nada de dorado, no, chamuscadito de color negro quedó. La salvedad fue que la capa torrada era tan fina que el grosor de casi cuatro centímetros del corte de carne hecho lo justo por el otro lado mantuvo todos los jugos. Y así el tratamiento derivó en una combinación de sabor superior.
Nada nuevo bajo el sol, que se aprecie tanto aquel gusto. Por eso triunfan los ahumados, de leña de encina y roble o de procesado proscrito. Por eso agua las bocas la sola visión de un gratinado excesivo. Por eso me pirraba el azúcar chamuscado cuando se cocía de más al hacer caramelo en la olla.
Por eso lo de las nueces que me daba mi abuela del nogal familiar por estas fechas una vez tostadas no lo igualarían una docena de magdalenas de Proust ni aunque estuviesen rellenas de mermelada.
Si hay un tiempo adecuado para disfrutar el chamusque es con el frío irredento de esta parte del año. También porque ya mismo se abre la veda de cenas de empresa, cada vez más adelantadas y eso va a escupir a las calles cientos de miles de personas chamuscadas, de todo el año currando como ratones en la rueda y de tanto bebedizo como se alicatarán a la vista de sus jefes y compañeros. Es la RAE la que aclara que, aunque en desuso, el primer significado de chamuscado es el del adjetivo que describe a «aquel que parece ebrio».
Entrecot quizá haya pocos en los menús pactados, pero chamuscaos todos.