16/09/2020
 Actualizado a 16/09/2020
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Conocí a César Gavela, hace unos cuantos años, gracias a la poeta bembibrense Pilar Blanco; y a través de ella –por una de sus publicaciones en Facebook– supe también de su fallecimiento hace justo una semana. Me quedé helado. Hacía menos de dos meses que me había escrito su último correo electrónico, y nada –nada– se salía de lo normal…

A César, berciano de nacimiento y valenciano de adopción –allí llevaba afincado más de cuatro décadas–, se lo llevó un cáncer. Igual que a su esposa, unos años atrás. Y él, a quien ya por aquel entonces se lo habían detectado, parecía haberlo superado; pero volvió a aparecer… 67 años tenía.

Gavela buscaba siempre el lado positivo de las cosas, por difícil que fuera –que, en ocasiones, lo fue–; y te enseñaba, sin pretenderlo, a ver la vida a través de un prisma diferente…

Conmigo fue siempre muy generoso. En la revista Losada, que dirijo, colabora desde que se lo pedí en 2006, sin otro pago que nuestra gratitud; y, de hecho, participa –como es habitual– en el próximo número, que no tardará en ver la luz. Pero, además, me dedicó dos de sus columnas en periódicos, exagerando a todas luces mis méritos: una poniendo en valor la revista Losada, y la otra a propósito de mi nombramiento como pregonero de la Semana Santa de León. No hará falta que te diga que le estaré eternamente agradecido…

Pero, dejando lo personal a un lado, desde un punto de vista objetivo, se nos ha ido uno de esos escritores que se ha ganado, por derecho propio, un lugar en la historia de nuestras letras. Por sus novelas, por sus relatos, por sus artículos en prensa…; incluso por sus publicaciones en Facebook, siempre cuidadas, como un género literario más.

César Gavela fue despedido el viernes pasado en Valencia, en la más estricta intimidad. Tal fue su deseo. Pero eso no quita para que, aquí, en su casa, se le rinda homenaje por todo lo alto –atendiendo a las medidas a las que obligue la coyuntura, claro–, en un ambiente literario. Qué menos, ¿no?
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