Es por esta época, adentrados ya en el otoño, cuando los castaños se muestran en todo su esplendor, ‘pintando’ el paisaje de diferentes tonalidades verdes, ocres, marrones… a pesar de las enfermedades y plagas –chancro, tinta, avispilla– que, por desgracia, van acabando con ellos; por no hablar de otras catástrofes, caso de los incendios, como los de este fatídico verano…
Y es también ahora cuando, literalmente, se recoge el fruto; cuando se ‘pañan’ las castañas, que tanta importancia han tenido a lo largo de la historia –y siguen teniendo– en nuestra tierra.
A mí me tocó de guaje, en Losada… aunque dicen mis hermanos –que son mayores que yo– que no es comparable, ni de lejos, a lo que vivieron ellos; ni tampoco los ‘pañaderos’ –básicamente, mantener ‘limpio’ el terreno– que se hacían en verano. Que no digo yo lo contrario, pero los viajes en nuestro R8 con no sé cuántos sacos de castañas –¿cómo cabrían tantos?– no se me olvidan. Ni tampoco cuando mi padre me intentaba enseñar a segar –no se me daba muy bien, para qué nos vamos a engañar– me decía que tuviera cuidado… no fuera a darle a alguna piedrina y ‘embotar’ el ‘gadaño’…
Fueron los romanos quienes impulsaron el cultivo de los castaños que, hoy, más de dos mil años después, son esencia de esta tierra. No solo por las castañas –crudas, cocidas, asadas…– o por su madera –que tanto se valora–, que también; sino, además, por las costumbres que llevan siglos arraigadas entre nuestras gentes y forman ya parte de nuestra idiosincrasia; principalmente el magosto, una antiquísima celebración en torno a castañas asadas en una hoguera –acompañadas por lo general de vino y otros alimentos de la tierra–, en la que, sobre todo, compartir un buen rato con familiares y amigos.
Además, en las últimas décadas se ha popularizado el magosto –especialmente en los pueblos en donde hay castaños, claro– como, digamos, fiesta pública, en la que se reúne un buen número de gente.
Si tienes oportunidad, no dejes de pasarte por alguno...