15/08/2017
 Actualizado a 11/09/2019
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Es un hecho fácil de constatar que ha descendido considerablemente el número de matrimonios por la Iglesia. Muchos prefieren no casarse, otros lo hacen solamente por lo civil y tal vez son los menos los que optan por celebrar el sacramento del matrimonio. Pues bien, se da la circunstancia de que desde hace algunas semanas hasta avanzado el mes de septiembre me toca asistir todos los fines de semana a la celebración de alguna boda por la Iglesia. Por una parte parece algo normal, pues siempre se hizo así, y por otra se está convirtiendo en algo cada vez más raro y excepcional.

El problema fundamental no consiste en elegir entre matrimonio civil o canónico, sino en saber si se cree o no en el matrimonio como vínculo estable, en el amor duradero sin miedo al compromiso, ya sea desde la fe o solo desde la ley civil. Tal vez por eso muchos no quieren ningún tipo de vínculo formal. O sea, sin papeles. Desde luego que sin fe no tiene sentido el sacramento, aunque podría haber alguno sin mucha fe que, sin embargo, valore la belleza de la ceremonia religiosa y por eso la elija para su boda. No obstante, para celebrar una boda católica no es necesaria una liturgia solemne, sino que podría durar poco más que el tiempo que se tarde en decir ‘Sí, quiero’ ante el representante de la Iglesia y dos testigos. Como tampoco hace falta ningún traje especial ni un banquete. Si el único pretexto que tienen algunos para no casarse, sea civil o canónicamente, son los gastos, lo tienen muy fácil, porque pueden prescindir de ellos. Como tampoco es razón, si se quieren y han decidido vivir juntos, el no tener casa o trabajo. La gracia sacramental no les va a estorbar.

Otra cosa es la falta de seguridad y de confianza, el miedo a que la relación pueda fracasar, el no estar muy convencidos del paso que han de dar. Quizá sea por ello por lo que resulta gratificante el comprobar cómo todavía hay gente que se quiere tanto, sin el menor atisbo de duda, y con tanta fe, que celebran con enorme gozo e ilusión su matrimonio ante sus familiares y amigos, poniendo por testigo a Dios y su Iglesia.

Dicho esto, entendemos que tal y como se celebran algunas bodas, que parece que hay que tirar la casa por la ventana, haya gente que se asuste ante tanta parafernalia y sobre todo ante tantos gastos y que vean el casarse como un ideal inalcanzable, o como algo agotador. Lo bueno es que se puede elegir entre la fórmula clásica y otro tipo de celebración más íntima y sencilla que, habiendo amor y fe, puede ser bastante mejor que cualquier otra forma.
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