Cartas
23/01/2016
Actualizado a
15/09/2019
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Diego tenía 11 años. Era un niño muy inteligente, especial y maduro para su edad. Eso cuentan de él sus padres. Sacaba muchos sobresalientes, y aparentemente estaba contento, pero no quería ir al colegio. Sus padres sospechaban que algo pasaba, pero Diego nunca les confesó nada del calvario que estaba sufriendo. Antes de tirarse por la ventana de la cocina de su casa, un quinto piso, les dejó una emotiva carta a todos sus seres queridos, no se olvidó de nadie, deseándoles que algún día le pudiera odiar «un poquito menos». Se me pusieron los pelos de punta cuando la leí entera. Está circulando por la mayor parte de medios de comunicación, por lo que seguramente la mayoría ya sabréis de lo que hablo. No me quiero imaginar lo que estará pasando su madre, que al asomarse por la ventana le vio tendido en el suelo. Fue ella misma quién llamó al 112. Esto sucedió el pasado 14 de octubre, y quieren archivar la causa. No han podido demostrar que nadie haya intervenido en su muerte ni que sufriese alguna clase de acoso en el colegio. No puedo entender además que se le realizaran pruebas que pudieran conducir a posibles abusos sexuales y aún no se hayan analizado. Los padres hablan de que en ese colegio pasan cosas «muy raras» y que ya se han puesto en contacto con ellos otras familias para contarles diversos casos. De hecho, sí se conoce el de otra niña del mismo centro que intentó suicidarse tragándose 14 pastillas. Desde el colegio callan. Aseguran que no pasaba nada extraño con Diego. ¿Nada extraño? ¿Dónde tiene cada uno el umbral de lo extraño? ¿No es extraño pegar a un niño? ¿No es extraño que se agredan los chavales verbalmente? ¿Qué te roben el dinero para la merienda? No sé… por poner ejemplos. Porque lo que para unos es acoso, igual hay otros que lo ven como algo normal entre críos. Si un niño te dice que no quiere ir al colegio, no es porque le dé pereza o no le guste. No al menos con 11 años. Algo pasa. Y aunque no lo quieran contar, a veces tenemos que estar más atentos. No quiero con esto machacar a nadie, pero me da pena porque es la segunda vez en este año que escribo de un caso así. Un aplauso por sus padres, que gracias a tener la valentía de contar sin tapujos su infierno, van a conseguir que no se deje de investigar.
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