04/04/2024
 Actualizado a 04/04/2024
Guardar

Antes una carta era sobre todo una expectativa. Recuerdo cuando de adolescente mantuve una pudorosa relación epistolar con una chica. Nos conocimos en una excursión del colegio que juntó en Viérnoles escolares de varias provincias para enseñarnos a escaparnos de las habitaciones por la noche y de dónde salía la leche de vaca durante el día. Este fugaz idilio (no tuvo siquiera un beso) se mantuvo sin embargo en papel alrededor de dos años porque de Cantabria vinimos media clase con novia como si hubiéramos ido de Erasmus. Cada semana llegaba carta de ella a la que respondía pocos días después. Aquellos sobres en el buzón eran siempre una esperanza. Al principio planeando un reencuentro y después una excusa para terminar aquella pareja absurda. No hay nada peor que dos personas que se cuentan con el desinterés de la inercia dos vidas que no se tocan. 

Ahora nadie escribe cartas, excepto la burocracia y los políticos, y se ha perdido el misterio del mensaje. La Agencia Tributaria, nada sostenible, anda empeñada en enviar un certificado de cada aplazamiento del IVA que ha confirmado, firma digital incluida, antes por sms o correo electrónico. Así que el sufridor contribuyente recibe con apatía hasta una carta de Hacienda que antes provocaba un buen respingo. Las cartas es de lo poco romántico que le queda a la política aunque descafeinado porque conocen previamente del encabezamiento a la firma. Al ministro verborrea Óscar Puente le están llenando el buzón sus paisanos. A la carta semanal del alcalde de Valladolid preguntando por el soterramiento se suma carta diaria del de Salamanca para solicitar que recupere la frecuencia de sus trenes. Me daría bastante envidia tanto correo si no fuera porque son de esas cartas yermas que repiten los reproches de las redes sociales y los medios. Puede que al menos ahí escriban sin insultos. La despedida de aquella novia distante fue una semana sin carta. No contesté a los pocos días. Vamos, igual que Puente.

Lo más leído