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Carta abierta a Don Juan Antonio

19/05/2019
 Actualizado a 11/09/2019
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Querido Juan Antonio, te la debía. Firmaste aquella carta en enero de 2018 y llegó a mis manos el 1 de mayo en aquel homenaje-encerrona que sirvió para recordarme que la vida del hombre es como paja que arrebata el viento. ¡Qué sorpresa y qué paradoja y qué tristeza en el hecho de que mis 75 años de edad sigan pisando por esta tierra de destierro y tus 62 hayan cerrado capítulo y libro! Aquí te contesto.

En aquellas letras me recordabas algunas convergencias de nuestras vidas. Las primeras noticias sobre mí, me decías, las tuviste de boca (más bien del corazón) de mi condiscípulo de Covadonga Jesús Bayón (¡40 años de párroco en Cangas de Narcea, tu primera parroquia!); las gozosas y fecundas reuniones de Provincia Eclesiástica en Celorio, en Monte Corbán, en La Virgen del Camino, en Astorga… (¡cómo imaginar que esta había de ser tu primera y tu última diócesis como obispo!); el saboreo de la fraternidad y la comunión pastoral en aquellos encuentros de vicarios «que marcaron época», me dices... Después, desde mediados de los 90, nuestros caminos se desparramaron. Servidor seguía sabiendo de tu vida. A quien podía informarme siempre le dirigía la misma pregunta retórica: «¿A que no ha cambiado?». Y gozaba al ver que me decían que no, que seguías siendo bueno como el pan bueno, transparente como el agua de tu río Cubia, equilibrado como San Martín de Tours al cortar su capa exactamente por la mitad, trabajador como lo fue (lo es todavía a su manera) tu entrañable padre, leal como quien está enamorado de aquel que lo amó primero, agradecido como el agricultor (es tu origen) que consigue una buena cosecha, feliz como asturiano que sube a ver a la Santina.

Lo pude comprobar cuando te trajeron a León, a la Asturica que dio nombre a tu región de origen. La última vez fue el pasado día 29 de abril. Con una sonrisa (la alegría, otra de tus cualidades) y un abrazo (otra, la calidez de tus afectos) me saludaste y me despediste, en el homenaje a Miguel, el eterno deán de tu (su) Catedral. Ahora ya solo nos queda a los que aún hemos de peregrinar, confiar en que seas tú el que preguntes por nosotros a Quien todo lo ve y todo ama. En su intimidad estarás. Seguro. Tennos presentes allí, en esa nueva Jerusalén del cielo, que supera a la Tebaida berciana y a las alturas de Sanabria y a las faldas del Teleno en primavera. Seguramente se parece más a los mejores rincones de tu Villamarín de Salcedo, donde fuiste tan feliz. Como lo serás ahora. Otro abrazo. Hasta siempre, buen amigo.
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