El jefazo de los refugios matutinos era el bar de San Marcos. Se estaba allí de cine un día cualquiera por la mañana en que no hubiese más que una mesa ocupada por gente de traje hablando de negocios. Sentado en otra mesa o en la barra, la prensa y el café ya daban para un rato chapó. Me desvela el riesgo que corre de ser redecorada y perder la atmósfera que se respiraba.
No corre tanto riesgo la terraza del jardín. Esa maravilla, fría en agosto, verde entreverada de gris forja y color arena de la piedra. A los que comen con los ojos aquello seguro que les sabía a postre de monja. La amenaza que sufre la terraza viene por el lado de la isla que le salió al Bernesga, como una seta puede salirle a una boñiga. De tanta riqueza mineral, supongo. Es emblemática esa isla pero intratable de tan asalvajada y llena de alimañas y plantas carnívoras y mosquitos elefante.
Entre ambas aun media la pasarela que arranca bajo el arco del puente y corre por el muro en paralelo al río. También es peligrosa. Por allí hace no demasiados veranos pasaba por la noche una panda de temerarios ciclistas completamente a oscuras, mezcla de Ángeles del Infierno y el grupete de ‘Verano Azul’. Quien lideraba en este caso era el Piraña.
Del otro lado del complejo se pueden ver estos días las tripas del edificio aledaño que albergaba el grueso de las habitaciones. Está guay que lo levanten de cero. Espero que el criterio para amueblar sea la nobleza. No puede ser otro. Más vale que no tiren de interioristas de franquicias. Maderas nobles y cueros y telas de mucha calidad, que no tienen por qué hacerse pesadas a la vista si se manejan con mano izquierda.
Lo suyo sería que hubiese una transición suave hacia la zona histórica, donde se halla el claustro. Tengo un recuerdo allí de la primera boda a la que asistí de crío. La jefa de entre mis primas se casaba. Yo veía el patio y me parecía puro misterio. De aquella flipaba con He-Man y las plantas carnívoras y pensaba que las inaccesibles que había allí abajo lo eran. Algo queda de esas alucinaciones.
Los salones de baile no sabría como atacarlos y del vestíbulo me dice Myamortz, con su clarividente sentido estético, que pecaba de excesivamente castellano.
También puede ser que tras la reforma me suceda como con la plaza que le hicieron delante. La despreciaba. Por árida y austera en este caso, la cuestionaba porque en una ciudad tan dura una plaza así era de todos menos un refugio. Ahora pienso que embellece el edificio, tiene cero barreras arquitectónicas, y aun le queda un jardinín con pensamientos allá donde el foro de la poesía. Al edificio quiero quererlo igual.

Carnívoras en San Marcos
10/06/2018
Actualizado a
15/09/2019
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