06/02/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Ven, hay que gozar, que la vida es un carnaval», dice la canción. Pero no, la vida no es ningún carnaval. Y así lo creen los más fervientes admiradores de esta fiesta, que, como no, están en La Bañeza. Carnavaleros de toda la vida, que se suele decir. De disfraz por día, o mejor dicho: de personaje por día. Viernes tranquilo, Sábado de Chipas, Domingo de Carnaval, Noche Bruja el lunes, Martes de Carnaval y el Entierro de la Sardina el Miércoles de Ceniza, amén del Sábado de Piraña, o Piñata, que también se festejaba en la antigua Bedunia.

Jornada tras jornada salen las personalidades múltiples, los personajes originales y creados en exclusiva para ese día, para ese momento. Los carnavaleros bañezanos, los de verdad, nunca se disfrazan. Esto va más allá. Hay una mimetización total. Personajes que cobran vida cual planta que brota en determinada estación y después se apaga quedando de nuevo su tallo desnudo de realidad.

El carnavalero bebe de las viejas fuentes. No le interesa demasiado la fiesta común. La discoteca, la bebida o el postureo más tonto. Para ser uno de ellos la tradición manda. El disfraz ‘casero’ predomina y la personalidad de ese traje toma por completo al individuo que lo luce. De hecho la vestimenta no tiene porqué emular a alguien. También puede ser ‘algo’. Célebre el disfraz de carnet de piscina que lució el confitero Sergio González hace unos años.

Les decía yo al principio; para los auténticos carnavaleros bañezanos la vida no es ningún carnaval. Y todo este asunto se lo toman muy en serio. Pongo tres ejemplos claros, como son el propio Sergio, José Ángel Bécares y Fernando Otero (también pienso en Quique Java y aquella ‘tropa’ que empezó con el ‘oficio’, cuando los grises aún los corrían a gorrazos)…gente que en el día a día, en los 357 amaneceres al año que no es carnaval cumplen con sus trabajos sin mucha broma. Sergio tras el obrador de su confitería, José tras el mostrador de su mercería y Fernando tras el disparador de su cámara. Cuando llega el momento realizan una verdadera ‘performance’, que además tiene la ventaja de que confiere mucha más credibilidad a la persona y al personaje. Tanto en una realidad como en la otra.

La preparación es concienzuda y metódica, con semanas, meses de trabajo. Nada puede faltar y nada puede fallar. Aún recuerdo la magnífica caracterización de Otero como ese vendedor de fármacos un tanto singular, con sus cajas y botes de medicamentos adaptados a tan peculiar comercial. O Bécares, el hombre de las mil caras que posee ese ‘almacén de los trajes olvidados’ que cada año surte de alguna genialidad, como la Gioconda Solidaria, una representación que además ayudó económicamente gracias a las aportaciones de particulares a la Asociación de Alzheimer de la capital bañezana. Carnavaleros que hacen a cada paso historia de la fiesta.

Este sábado acérquense a la Plaza Mayor de La Bañeza, una mañana que ha ganado popularidad y que, gracias a Dios, aún se mantiene alejada del programa oficial. Se conoce como el carnaval espontáneo y ha sido y es caldo de cultivo para la verdadera y auténtica fiesta que, no lo duden, ha hecho llevarse el título de Interés Turístico Nacional.

Mascarada en estado puro, alejada de lo más superficial del evento, de los botellones y disfraces comprados en los chinos para esa Noche Bruja de falsas multitudes que poco tienen que ver con la celebración a la que se suman. Un evento, el del sábado, centrado en una tradición con mayúsculas, parte imprescindible de la cultura y la historia de una ciudad.

Etnografía pura, igual que eventos como las madamas, los guirrios o antruejos de la ribera del Órbigo. Vean ese carnaval ‘por libre’ y disfruten de su representación, de la pasión de unos cuantos que han decidido, como Sergio, José Ángel, Fernando y muchos otros, que la fiesta sea algo más que una simple juerga. Tipos que hacen posible uno de los mejores carnavales del país, pero cuando toca, no durante todo el maldito año… como otros.
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