Enrique de Quiñones, hijo de Diego Fernández de Quiñones y de Juana Enríquez –primeros conde de Luna–, nació en León hacia el año 1475 –hace, pues, 550–, en donde pasó su infancia. En su adolescencia fue paje del cardenal Cisneros quien, tal vez, le animara a tomar el hábito franciscano; y será entonces cuando cambie su nombre por Francisco de los Ángeles.
En los Franciscanos asumirá distintas responsabilidades hasta que, en 1523, sea elegido ministro general de la orden, cargo que ostentará hasta 1527. El 7 de diciembre de ese mismo año es creado cardenal, con el título de Santa Cruz de Jerusalén, por el papa Clemente VII. Y en 1531 fue nombrado obispo de Coria, pero renunció a él al no poder visitarlo.
Quiñones destacará por su devoción a la eucaristía y a la santa Cruz, y fomentará la disciplina, abogará por la pobreza, resaltará el espíritu misionero y apostará por la formación de las vocaciones. Y se involucrará en el desarrollo de las Concepcionistas –orden fundada por santa Beatriz de Silva en Toledo en 1484, inicialmente con un carisma cisterciense, aunque adoptará después el de santa Clara–, para las que el papa Julio II otorgará en 1511 una regla propia. Dos hermanas de Quiñones, Leonor y Francisca, serán respectivamente la fundadora del convento en León en 1516, y la primera abadesa; y él conseguirá del papa distintos privilegios para el cenobio, al que donará algunas reliquias, incluido un ‘Lignum crucis’.
Es, asimismo, autor de un breviario que, desde su primera edición en 1535, tuvo gran aceptación; aunque fue suprimido en 1568 por el papa Pío V, tras la reforma emanada del Concilio de Trento.
En lo político, destacó como mediador entre el papa Clemente VII y Carlos I, tratando de mantener un difícil equilibrio entre los intereses de uno y de otro.
El cardenal Quiñones murió en Veroli –de donde había sido nombrado gobernador en 1534–, actual Italia, el 27 de octubre de 1540, y su sepulcro se encuentra en la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, en Roma.