
Carbón de manos frías
26/07/2016
Actualizado a
15/09/2019
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Encogida la rabia, con las manos frías y mermadas las fuerzas, los mineros vuelven a pisar la calle para pedir un futuro. Ya no exigen ni amenazan, abducidos por la tozuda realidad que les ha dado una historia de bofetadas continuas. Es hemeroteca de una vida en barricada, acompañada del olor a petardo, marchas negras y gritos de dignidad. Así ha ido sumando años la mina, quemando carbón y cartuchos por ella. Siempre sobreviviendo y acostumbrándose a un día a día sin mañana, en el que apretar dientes se ha vuelto doctrina, a veces frente a los que querían volver a enterrar el carbón, y a veces por el que se ha quedado enterrado con él. Ha sido un sector de tragedia a cada paso, desde la bajada al pozo cada madrugada, cuando el minero se despertaba diciéndole adiós al sol recién hecho y se dejaba caer hacia un subsuelo que le permitía abrir otra vida a oscuras, pintada de negro y con el pentagrama del picador empañando los oídos. En penumbra, el minero se hacía del compañero y, tras la frontal reveladora, se reflejaba en un espíritu común que ha sido ejemplo de unidad, incluso de religión, frente a su Santa Bárbara . Enseñando las palmas de las manos, se dejan a los últimos latidos, intentando que la esperanza les lleve dulcemente al final. Ya está cerca ese mundo sin carbón, el ataúd comprado y solo queda por escoger cementerio o poner alas a las cenizas.Cabizbajos, los mineros vuelven a dejar sus mañanas al sol tras una pancarta tatuada de mensajes entre lo rotundo y lo azucarado. Casi sin número y sin gritos en la garganta, piden a quien tiene coartada para no dar. Las eléctricas no son cliente por decisión propia y desde Madrid se ve el carbón como una fuente caduca de energía a extinguir. Así, la sordera se hace fuerte. ¿Hay alguien ahí?, se preguntan. Sí, el eco perpetuo de un mensaje en círculo que se queda en una esperanza en casa, cada día más muda.
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