«¿Capital de Cuba?»

23/03/2023
 Actualizado a 23/03/2023
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Cruzaba las calles leonesas el otro día una joven madre junto a su hijo. No tendría más de 35 años. Con las llaves del coche en la mano, a buen paso y armada con bolsas de la compra, le preguntaba al pequeño: ¿capital de Cuba? (el niño no acertó) ¿capital de Argentina? (esta sí se la sabía). Cuántas cosas tendría esa mujer en la cabeza, y aun así apuraba los minutos libres para examinar a su hijo en pleno Ordoño.

Lo primero que pensé fue en lo bonito del gesto de preguntarle la lección, pero luego me quedé imaginando cuál sería la conversación que tendrían en los minutos siguientes, en el coche, en casa… ¿De qué hablarían? La madre, preocupada porque su hijo aprobase el examen de geografía, ¿transmitiría a su hijo la cultura del esfuerzo y a la vez una educación en valores humanos? ¿Que no es tan importante saberse la capital de Cuba, como conocer y valorar a la sociedad cubana?

En tiempos de estrés, en los que la vida a veces parece una carrera de Fórmula 1, en los que el aprendizaje a veces se reduce a conocimientos concentrados en vena, las madres que se implican pueden ser una salvación frente al descarrilamiento del sistema educativo. Los niños de ahora duermen peor, la tecnología les invade y en medio de toda esa vorágine, una madre que aparca su propio estrés y observa y analiza lo que su hijo necesita para educarle día a día, es lo nuclear de la enseñanza -casera- de ese niño. Ese que luego crecerá y recordará las palabras bonitas y las riñas justas de su madre toda la vida.

Dice el refrán que ‘madre que no cría, no es madre, sino tía’. Y es que una Madre con mayúsculas es la que vive cada momento de la infancia de su hijo, la que le forja en valores, aquella que le trae al mundo y, pasados los años, le hace libre para vivir su vida. Aquella que, en todos los sentidos de la palabra, educa a su hijo.

Qué tristeza me dan lasfamilias que delegan en el colegio todo lo relativo a la formación de sus hijos y cuánta falta hacen enseñanzas más humanas. Las que se aprenden haciendo la cena juntos, en un viaje en el coche o en un paseo tranquilo por el pueblo. Bendita cotidianidad. Y benditas madres.
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