Candidatos a tiempo parcial

La política es demasiado importante como para tomársela en serio. Lo confesó hace tiempo en una comida con periodistas una veterana en ocupar despachos y coche oficial. En su opinión el buen político simplemente debe ser un gestor de equipo capaz de afrontar con éxito los retos a los que le enfrenten sus siglas. Nunca habló de los ciudadanos. Por eso importa poco lo que sepa de la cartera encomendada, que para eso tienen asesores y técnicos, y es perfectamente aceptable que un mismo político pueda rular de cargo en cargo durante décadas sin sonrojarse. Sin querer o queriendo definió a la perfección al político profesional, al tecnócrata de la política, origen de casi todos los males de nuestra democracia.

Solo dentro de esta concepción de la política como medio de vida se entiende la estrategia de los partidos para designar candidatos. La primera crisis de gobierno en la coalición atormentada de PP y Vox vendrá finalmente para sustituir a Jesús Julio Carnero. Dejará la Consejería de Presidencia para disputarle a Óscar Puente la alcaldía de Valladolid. Mismo plan con el que los gobiernos de Pedro Sánchez han ido poblando de ministros y hasta vicepresidentes los carteles electorales. Aquí solo se dimite para optar otro cargo. Nunca para asumir responsabilidades. Los partidos se aprovechan de las instituciones para nombrar candidatos conocidos por el votante. Una trampa de las encuestas internas porque salir del sillón para pelear una poltrona suele resultar más catapulta que trampolín.

Los candidatos a tiempo parcial se agarran desvergonzados al cargo hasta la pegada de carteles. Para qué trabajarse la candidatura meses si puedes pasar el mal trago las últimas semanas y cubrir expediente. El candidato discontinuo es la evidencia descarada de la traición de una política convertida en juego de mesa. Pablo Iglesias decidió por Podemos el duelo con Díaz Ayuso para frenar a la ultraderecha. Tampoco él dijo nada de los ciudadanos.