21/11/2025
 Actualizado a 21/11/2025
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La semana pasada recibí una grata sorpresa. Una pareja de chilenos, Marcia y Jorge, con quienes mi mujer y yo hicimos amistad hace quince años en nuestra luna de miel por las islas griegas, nos avisaron de que habían diseñado una ruta para venir a visitar aquella ciudad de la que les hablábamos, con ese compromiso típico de «si pasáis por León, dadnos un toque».

Aquella palabra dada, se materializó y fuimos sus guías por León durante el fin de semana. Contamos con Raquel Jaén, directora del Museo de San Isidoro, que León nunca agradecerá bastante su trabajo y con Víctor Miguélez, cuya bondad le ha traído más disgustos que alegrías y que, si no fuera de aquí, sería reconocido como experto en constitucionalismo.

La visita confirmó tres certezas. Que la amistad no entiende de edad, cercanía o trato cotidiano. Hay relaciones que nacen por lo que transmiten.

Que León atesora un patrimonio más rico y atractivo de lo que muchos creen. La culpa es de nuestras administraciones locales y provinciales, que parecen incapaces de promocionar lo que tenemos. La excelencia turística depende del compromiso individual y del trabajo creativo de equipos como los de San Isidoro, Casa Botines o la Catedral, no del apoyo institucional. Mezcla de orgullo y decepción escuchar a un experto decir que desconocía tanto de nuestra ciudad.

Y el tercer aspecto, cuando hablas con alguien que, a pesar de la distancia tiene la misma cultura que nosotros, es que las sociedades de los distintos países occidentales estamos atravesando el mismo camino. Un camino hacia la polarización, el radicalismo y el enfrentamiento cuya única diferencia es el lugar en el que nos encontramos de ese camino. 

Italia, Francia, Holanda, Reino Unido, Argentina, EE UU, Chile, España… cada uno estamos en un «punto kilométrico» distinto de la misma crispación y por mucho que queramos hablar de moderación, solo hay que mirar a otros países más adelantados del ‘camino’ para saber cómo vamos a estar en unos años.

El motivo es simple pero la solución, difícil. La desaparición progresiva pero cada vez más rápida de la clase media, hace que la gente pierda la esperanza y sus proyectos de futuro para abrazar medidas fáciles a problemas complejos, mientras los gobiernos aciertan en el diagnóstico, pero todos fallan en las soluciones. 

Muchos reconocen que la polarización está provocada por esa pérdida de clase media, sin embargo, se opta por la medida más fácil y aplicable a corto plazo. Implementan ayudas y subsidios para intentar paliar las maltrechas economías, entrando en un círculo vicioso de destrucción, gasto y subvención, cuyo final es el mismo que estamos viendo en cada vez más países. Un empobrecimiento de la sociedad a cámara lenta que nos hace perder la perspectiva de la situación y resignarnos a que cada generación sea más pobre, en lugar de un shock rápido y traumático que nos haga reaccionar.

Medidas encaminadas a paliar (falsamente) la pobreza en lugar de tomar medidas encaminadas a generar riqueza.

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