Las ventajas de vivir en el exilio de Vegas frente a vivir en León son evidentes, por lo menos para el que suscribe. ¿La principal? Claramente, ver siempre a las mismas personas, porque sabes de qué van y cómo respiran y casi nada te coge por sorpresa. Hay muchas más, ¡claro!, pero ésta me parece esencial. Otra, también muy importante, es que sabes que en Vegas no te mienten, o te mienten lo justo y nunca te pillan de sorpresa. En cambio, en León (o en Madrid, en Barcelona, en Valladolor o en Oviedo), es algo habitual, por lo que nadie se extraña y lo asumes de manera franciscana. ¿Un ejemplo? ¡Hombre!, uno, cuando se acerca a la capital, procura no ir al centro; o hacerlo sólo en caso de extrema necesidad, para solucionar papeleos o así. El viernes pasado, por desgracia, tuve que ir a la plaza de la Catedral a intentar solucionar un «quítame allá esas pajas» con la Diputación. Fui por la calle La Rúa y subí por la calle Ancha (en lo sucesivo, el ‘Tontódromo’). En teoría, sólo en teoría, esa calle es peatonal…, ¡sí, por los cojones! Habría cien o más camiones y furgonetas aparcadas a ambos lados de la vía y otras tantas intentando subir para dejar sus mercancías. Los peatones (y éramos muchos, sobre todo marcianos que querían ver a la ‘Pulchra Leonina’), bastante hacíamos con diblarlos en una gincana mortal, o casi. En varios momentos mi nieta, la ‘Fenómena’, sentada en su carrito y mirando todo como una loca, y un servidor nos vimos bajo las ruedas de los camiones y de las carretillas que iban y venían a toda velocidad por la vía pública; menos mal que la pobre no se entera de nada, pero yo pasé las de San Quintín… Este suceso, la avalancha de repartidores, no sucede sólo los viernes, sino que es normal también los miércoles y los jueves. El porqué es sencillo: en el ‘Tontódromo’ y en sus calles abyacentes hay mil bares y pubs que necesitan reponer sus existencias de alcohol para destruir el hígado de sus parroquianos, habituales o no.
¡Cómo ha cambiado León! En los años cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo, en el ‘Tontódromo’ había cuatro bares contados: tres en su acera derecha y uno en la izquierda. En cambio, en Ordoño (el anterior ‘tontódromo’), había seis o siete, como mínimo, y algunos emblemáticos, como el Salamanca, posteriormente Rey Ordoño. El caso es que el lobby de la restauración en León tiene un poder extraordinario, mucho mayor que el que se merece, porque, seamos serios, hasta antes de ayer sus curritos tenían lo que hoy llamamos «un contrato precario» y muy mal pagado. Además, lo de las terrazas en la pandemia es un caso claro de nepotismo y de mala gobernanza, porque hicieron lo que les dio la gana, privando a cientos de automovilistas de un sitio donde aparcar, con la anuencia explícita del Ayuntamiento. Y luego lo de los precios… Tengo una amiga muy querida que dice «es lo que hay: lo tomas o lo dejas». El caso es que ella cobra una pensión (porque está recién jubilada), cojonuda y no la importa nada ir a jalar al ‘Cocinandos’ o tomarse un café en San Marcos, que cuesta tres euracos. En cambio, la mayoría del resto de los mortales tenemos que conformarnos con pagar un café en Vegas (uno treinta), o una caña de Estrella de Galicia (uno setenta), lo que, por lo menos a un servidor, le parece una especie de atraco a mano armada.
Pero volvamos al ‘Tontódromo’: me di cuenta, el día antes mentando, que en la mayoría de sus portales había un cartel de los que anuncian ‘apartamentos turísticos’: si uno tuviera un hotel o una pensión de las de toda la vida, echaría espuma por la boca; o me hubiera dado un ataque apopléjico… A cuenta de esto, leí esta semana que el Duque de Alba había arreglado dos edificios, de los cientos que posee, en pleno centro de la Villa y Corte y los había convertido en los dichosos apartamentos turísticos. ¡Hasta dónde hemos llegado!, por Dios… A ver, si lo hace el Duque, no nos debería extrañar que cualquier pelagatos con un piso en el centro de cualquier ciudad, incluído León, haga lo mismo. A esto, aquí y en la China Popular, se llama competencia desleal, y, en una sociedad capitalista, como la nuestra, debería estar prohibido y castigado. No me extraña nada en absoluto el cabreo de los barceloneses, de los mallorquines, de los valencianos o de los malagueños ante esta estúpida proliferación de ‘pisos patera’ destinados a turistas de medio pelo que dan mucha más guerra que el beneficio que dejan.
Mientras tanto, estamos en plena campaña electoral europea… La señora que manda ahora, la Rottenmaier teutona (que seguramente volverá a ganar), afirma que ella pactará «con cualquiera que vaya contra Putin», ese demonio. Ella, el Borrell y todos los tontos que nos gobiernan, han perdido el norte y se comportan como niños chicos a los que hayan quitado su caramelo a la puerta del colegio. No entienden nada de lo que sucede en el mundo (como los repartidores del ‘Tontódromo’), y están dispuestos a perder la vida antes de dar su brazo incorrupto a torcer.
Desde mis más íntimas convicciones, no votéis el domingo: da como risa.
Salud y anarquía.