Este fin de semana se celebró en León el Natalicio del Águila, una efeméride histórica que debería ser una de las joyas de la corona cultural y turística de la ciudad, pero que una vez más ha vuelto a naufragar en la mediocridad y la falta de visión del Ayuntamiento. Los turistas ‘sólo’ generan riqueza, pero no votan y aquí, lo que importa, son los votos.
Cuando tuve responsabilidad municipal, logramos rescatar esta celebración de sus cenizas. El Natalicio del Águila dejó de ser un acto residual para convertirse en un ‘evento ciudad’ vibrante: un campamento romano en el Jardín del Cid, desfiles por las calles, exhibiciones militares y de gladiatura, exposiciones culturales y un mercado romano instalado junto a la Catedral (antiguas termas romanas). No era un mero acto cerrado, sino una verdadera fiesta que involucraba a toda la ciudad y atraía visitantes que ayudaban a dinamizar la economía local.
Hoy, ese trabajo y entusiasmo parecen diluirse con cada edición. La fiesta se ha reducido a un acto menor, limitado al patio de la Casona de Puerta Castillo, un centro de interpretación del León romano que impulsamos con ilusión y esfuerzo, junto con la entonces concejala de Urbanismo, Belén Martín Granizo. Un espacio que debería ser el corazón de la memoria histórica local, se usa ahora como un simple decorado cerrado y poco accesible, ajeno a la ciudad y a su gente.
Pero la falta de imaginación no acaba ahí. Ni siquiera se hace una simple rueda de prensa, carteles o promoción que permita a leoneses y turistas conocer e involucrarse en el evento. El Ayuntamiento se limita a cubrir el expediente para no quedar mal, sin más ambición que aparentar hacer algo.
El ejemplo más sangrante se vivió el sábado pasado. El campamento romano, anunciado hasta las 21 horas, fue desalojado a las 19:30, justo cuando el desfile romano terminaba en la Casona y más gente llegaba para participar, ocasionando frustración a visitantes y residentes que se encontraron con las puertas cerradas antes de lo anunciado y el consabido «vuelva usted mañana», traducido al «Ave, turista, los que gestionan sin ganas te saludan».
En este escenario, el Natalicio del Águila es otra víctima más de la falta de gestión, imaginación y sectarismo. Una efeméride que debería ser un elemento diferenciador y orgullo para León, se convierte en una celebración residual, olvidada y condenada a desaparecer. El arqueólogo municipal, pieza clave para su organización, está próximo a jubilarse, y la docena escasa de personas que mantienen la llama, apenas resisten el desánimo. Temo sinceramente que en los próximos años esta fiesta, que una vez renació con fuerza, deje de existir.
Pero no todo está perdido. Si años atrás, con menos recursos, fuimos capaces de hacer resurgir el Natalicio del Águila, no hay razón para que no podamos hacerlo de nuevo. Sólo falta que quienes gobiernen tengan algo más que fotos y votos en mente, y apuesten por un proyecto serio, ambicioso y con visión de futuro.