13/09/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Cuando hace pocos días el exministro Soria era propuesto para un alto cargo en el Banco Mundial, muchos adivinamos la tormenta de críticas que se iba a lanzar contra el Partido Popular, considerando por ello inoportuna su propuesta. Eso sí, parece unánime el reconocimiento de que se trata de una persona muy competente, adecuadamente preparada. Otra cosa es la poca simpatía que, con razón o sin ella, despierte en el mundo de las minas.

Igualmente, al hacerse público que la vicepresidenta de la Junta de Castilla y León, Rosa Valdeón, diera un alto índice de alcoholemia tras un lamentable incidente de tráfico, todo el mundo entendía que debía presentar su dimisión, como así ha sucedido. Eso sí, también todo el mundo, incluso entre sus adversarios políticos, reconocen su valía. Personalmente no soy quien para negar sus grandes cualidades, aunque confieso que en algunos temas no ha sido santa de mi devoción.

Dicho esto, hay algo que parece preocupante: que con mucha facilidad, cuando alguien comete un error, tendemos a descalificarlo globalmente y a condenarlo para siempre como si le pusiéramos unas pesadas cadenas que le imposibiliten definitivamente ejercer sus cualidades por grandes que estas sean. Algo así como la práctica inquisitorial de colgarles el sambenito, de estigmatizarlos para toda su vida.

Lo más grave de todo esto es que con bastante frecuencia las verdaderas razones por las que surge esta crítica tan feroz contra quienes meten la pata no es tanto el deseo de hacer limpieza cuanto la envidia o la ambición, aprovechando el más mínimo pretexto para quitarse de encima a quien se considera rival.

Esperamos que no sea deformación profesional, pero siempre hemos dado mucha importancia al arrepentimiento, a la misericordia y al perdón. Y por eso nos resulta infumable esa crueldad de la crítica despiadada y esa sed de venganza que aflora cada vez que algunas personas cometen errores. Y lo peor de todo es la hipocresía de quienes más hablan de los demás, aunque ellos mismos o los suyos caigan en los mismos fallos, utilizado dos varas de medir o la llamada ley del embudo. Es lo de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.

Es cierto que en España parece complicado conjugar el verbo dimitir y que tendría que haber muchas más dimisiones, pero entiéndase bien lo que queremos decir: que ello no debería impedir utilizar la proporcionalidad y el sentido común. Y que no es lo mismo justicia que venganza.
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