Esta nueva realidad, con sus restricciones y ahora mismo bajo un nuevo confinamiento, tiene un regusto melancólico, días de luz dorada que parecen ajenos, noches lúgubres, diarios taciturnos. Si fuesen melodía se asemejarían bastante a la preciosa ‘Buongiorno, principessa’ de Nicola Piovani, el compositor que puso banda sonora a la inolvidable película ‘La vita è bella’.
Nuestra situación no es tan dramática como la de los personajes torturados por el nazismo y el holocausto, pero contiene una terrible dosis de crueldad no manifiesta. Nuestro enemigo es invisible e inhumano y deja atrás otra vida y muchas pérdidas. Y ya no es solamente el miedo, la enfermedad, el virus, la economía, la rabia, la resiliencia. Las fotos de hace un año nos recuerdan cómo éramos cuando la pesadilla aún no había comenzado y, ante lo incierto del futuro, contemplando nuestra vida como si sucediera detrás de la ventana, a cámara lenta, exiliados de un presente que es puro interrogante, nos zambullimos en la nostalgia, como si ella fuese nuestro as en la manga, lo bello que nos queda.
Supongo que es una típica secuela de esta tristeza covid que ya tiene nombre en los periódicos. No hemos nacido para no comunicarnos, para vernos de lejos y esconder los besos en los armarios. La propia vida tiene de por sí demasiadas preguntas, demasiadas lágrimas para tener que asumir un iceberg de desasosiego. ¿Cuándo terminará esta batalla? Nadie lo sabe. Pero a pesar de este otoño dantesco, de la soledad y el desaliento legítimos, a pesar incluso del adiós y de todo lo que no sabemos, pero intuimos, no podemos dejarnos vencer. Es necesario seguir luchando, por el otro y por nosotros mismos. Siempre habrá alguien a nuestro lado o detrás de una pantalla, que nos invite a sonreír. Siempre hay ángeles capaces de iluminar el despertar y decirnos: ‘Buongiorno, principessa. La vida, es bella’.

Buongiorno, principessa
10/10/2020
Actualizado a
10/10/2020
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