Imagen Juan María García Campal

Buenos días, Tristeza

03/02/2021
 Actualizado a 03/02/2021
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Respecto al estado de ánimo o sensibilidad, el esclarecedor diccionario (DLE) define el término ‘dolor’ como «sentimiento de pena y congoja». Pues bien, visto el presente del estado de alarma y vistas las asociales conductas de tanto incívico, cada día pienso con mayor desasosiego que, por cada uno de los millones de muertos por la Covid-19 en el mundo, dolor, dolor, lo que se dice dolor, tan sólo lo han sentido sus más íntimos allegados y los sanitarios que los han intentado salvar con todos los medios a su alcance. El resto de dolores manifestados, más los creo mera convención, práctica costumbrista o simple dato para el cálculo de probabilidades de sobrevivencia, de ser caso. Si en verdad nos doliesen estos muertos en el alma, como nuestros, hasta sobraría todo tipo de restricción, pues cada cual sería voluntariamente el más cauteloso, el más precavido y reservado en sus comportamientos sociales y familiares. Triste.

Pero quizá todo sea que, en mis relaciones con los poderes y esos otros insolidarios compatricios, más súbditos que ciudadanos, sólo soy un hombre y como tal, siguiendo a Argullol en su libro ‘Las pasiones’, una suma de esperanza y miedo. Eso sí, una suma en que cada día merma la esperanza y crece el miedo. Nunca había visto ni sentido mi esperanza tan mermada y distante de una realidad que unos pocos construyen y la mayoría sufrimos. Triste.

Cómo no mermar la esperanza cuando, como que no nos hubiéramos enterado en la anterior crisis económica de que, cual dijo el bravucón Rodrigo Rato en sede parlamentaria y hoy en régimen penitenciario de tercer grado, «esto es el mercado, amigo», hoy de nuevo constatamos que, aun los millones de euros públicos invertidos en la investigación de las vacunas, aun cuando ya en junio diversos líderes europeos presionaron por unas vacunas sin patente (Emmanuel Macron: «El segundo desafío es asegurar… que cuando se descubra una vacuna contra la Covid-19, se beneficie a todos, porque será un bien público global»), aun cuando Médicos sin fronteras esté desarrollando una campaña de recogida de firmas para tal fin, nuestros gobiernos, europeo y español, firman contratos secretos con las farmacéuticas viniendo a confirmar que sí, amigo, que nuestra salud no es más que mercadería en manos de grandes buhoneros. Triste.

Cómo exigirme pues mantener o acrecentar mi esperanza si, cual Cécile de Françoise Sagan, cuando despierto, aún a ojos cerrados, no me sale más que un desesperanzado: Buenos días, Tristeza.

¡Salud!, y cuiden y cuídense.
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