07/08/2023
 Actualizado a 07/08/2023
Guardar

Prácticamente nadie niega hoy, con cierto conocimiento científico, la emergencia climática a la que nos enfrentamos. Es un hecho constatable, es una cuestión de datos, y, aún sin conocimiento científico, es algo que no sólo está en el ambiente, sino en los titulares de miles de periódicos de todo el mundo. ¿También en la agenda política? A veces esto no parece tan claro.

Así que más vale no tirar en esta ocasión de ese escepticismo tan nuestro, que deriva en dudar de todo, pero, a menudo, en no presentar una alternativa. Dudar es bueno, pero a veces es cómodo. Lo difícil es proponer soluciones.

Agosto avanza con temperaturas feroces (mucho más feroces de las que se esperan en agosto), y no hay día en el que no lleguen a nosotros datos objetivos que hablan de la extraordinaria aceleración del cambio climático. Hay muchos eventos locales que anuncian esto que la ONU, en palabras de António Guterres, llama ya «la Era de la ebullición global». El mes de julio ha sido el más caluroso en 120.000 años. No es una opinión. Se podría decir que el ‘calentamiento global’ ya no es ni siquiera una etiqueta adecuada para lo que está ocurriendo, porque a estas alturas de la película (de terror) hemos ido un paso más allá. Nada que no nos hubieran advertido, nada que no se conociera (si se hace caso a los científicos y no a los charlatanes, claro). 

Ya hemos escrito otras veces que la defensa del planeta y la necesidad de enfriarlo es una prioridad absoluta que debe ser abordada por los gobiernos por encima de otras muchas cosas. No sólo está en juego nuestra supervivencia (que quizás al planeta no le importe demasiado: se libraría de una buena plaga, bien mirado), sino el equilibrio de la vida en general, un futuro al menos aceptable para nuestros hijos y nuestros nietos. El grado de depauperación es enorme y la velocidad de destrucción incomparable. Todo esto se puede constatar, no es opinión, pero en las agendas políticas el asunto climático se resiste, entra con calzador, se rinde a lo que se considera más inmediato, porque esa es la filosofía de la política actual: el cortoplacismo. 

Desgraciadamente, la emergencia climática ya es un asunto inmediato. Ya no hablamos de un horizonte lejano, ni a medio plazo. Es ahora. Como decía ayer Jill Abramson en ‘The Guardian’, la actitud de Donald Trump en Estados Unidos ha servido y sirve de inspiración a todos los autoritarios del mundo, provocando una tormenta perfecta. Esa propaganda dañina ha alcanzado ya muchos lugares, y convencido a muchos, por eso, para Abramson, el mayor problema no reside en lo meramente local (aunque tenga gran impacto), como las próximas elecciones de los Estados Unidos, un asunto que, sin duda, explica y define la actitud trumpiana, sino en «la rotura de las ya frágiles relaciones entre las esferas política y judicial» en no pocos lugares del mundo, lo que lleva a promover regímenes autoritarios. 

Estos días estamos asistiendo de nuevo a la lucha por la defensa del espíritu de la democracia, sin duda puesta en cuestión, peligrosamente sometida a intentos de control y de dominio, incluso en países clave, como estamos viendo, y a menudo desde posturas que parecen elogiar la ignorancia y la banalidad (la ignorancia es cómoda, ideal para librarse de voces discrepantes), como sucedió con los ataques al Acuerdo de París sobre el clima, por citar una de las decisiones populistas más graves de los últimos tiempos. Pero hay otros muchos asuntos que, combinados, se convierten en un cóctel poderoso. No sólo tenemos una guerra en el corazón de Europa, sino que tenemos el gran problema climático, la escasez de agua, sobre todo en el sur, los incendios pavorosos que recorren varios países, la galopante deforestación, el agotamiento de los recursos, la sobreexplotación de la tierra y el mar, etc. 

Naturalmente, el equilibrio entre la agricultura y la ganadería, es decir, los sectores productivos del campo, también el medio marino, y la situación de depauperación de la naturaleza es un asunto complejo. Nadie lo duda. Es importante hallar soluciones para el mantenimiento y la mejora económica de sectores muy castigados (también por la guerra, por los precios de grano y forraje) y que, finalmente, también sufren las consecuencias de esta progresiva destrucción del entorno natural, y de la falta de agua especialmente. Si alguien conoce el campo son aquellos que trabajan en él, y no son pocos los que comprenden perfectamente esta gravísima situación, los que saben que la agenda política debe tomar cartas en el asunto, no negando la evidencia científica, sino construyendo nuevos modos de afrontar una realidad que, mucho me temo, empieza a resultar cada vez más difícil de revertir. Nos encontramos en el momento de acometer grandes decisiones. 

La emergencia climática, el envejecimiento y la despoblación, actuando simultáneamente en una sociedad como la leonesa (peor aún, cuanto más al sur y al interior) pueden convertirse en un cóctel perfecto que provoque un descalabro sin precedentes. Hay demasiados avisos sobre la mesa. Hay demasiadas malas cartas en esta mano. No se trata de ser apocalíptico, sino, simplemente, de recopilar datos. Para eso están los informes científicos, la evolución de las temperaturas en la tierra y el agua, la cantidad de agua embalsada, las lecturas pluviométricas, los eventos meteorológicos adversos. Datos. Pero incluso sin datos, hay que ser muy ciego para no ver. 

Ahí está el Mediterráneo en llamas. Más de un mes de incendios pavorosos que han asaltado islas griegas o italianas, o el norte de África. Me sentí triste al ver la pira de Corfú, el territorio de los Durrell, que tanto me inspiraron de niño. Aquella pasión de Gerald por los animales, la gran literatura, llena de energía, de su hermano Lawrence. Es un reflejo literario que no puedo borrar. (Vean la serie sobre su vida en Corfú: les llenará de pasión por la naturaleza en libertad y se reirán un rato). Pero no es necesario pensar en los Durrell: basta con pensar en nosotros mismos, en nuestros árboles, en los manantiales a los que nos llevaban de niños, a los ríos de nuestras vidas. Brasas de agosto que hablan de una destrucción sostenida y continua de amplias zonas del planeta. (¿Se acuerdan del humo de Canadá, que llegó hasta aquí?) 

Por no hablar del Mediterráneo a más de 28 grados, de los océanos hirvientes, del Atlántico Norte con casi siete grados por encima de la media… y otros fenómenos extremos. El agua del planeta parece hablarnos con claridad de este nuevo mundo en ebullición que ya está entre nosotros.

Lo más leído