Salazar, en la ficción aquel alien disfrazado de humano en ‘Men in Black’, en la realidad perteneciente a los privilegiados susurradores testosterónicos del presidente. Pedro asume «en primera persona» todo lo sucedido, tanto la chorra de Salazar como el encubrimiento, la desaparición de las denuncias y la idea de recolocación del personaje, por ende, destitución de algún primo que agarró por los corredores de palacio y vídeo sobre su Spotify para consumo de los broncanetis de Tiktok. Corre que te corre.
El caso babas, o la bragueta de La Moncloa, ha estallado en el socialismo sanchificado a tal grado, fíjese, que ha renacido Adriana Lastra, ahora asalariada/exiliada en Asturias. Aún desconocemos qué comió aquellos días, o si se puso el suéter antes o después, o si en algún cierre de bragueta mirando al escote de la que cazaba se pilló la salchicha con la cremallera. No lo sabemos, no, pero charlemos de Eurovisión y el José Pablo de puño en alto, o el CEO sanitario. Porque si oteamos más allá nos encontramos a Gallardo, y no, o las chistorras, y no, o Leire, y no, o «la Carlota se enrolla que te cagas», y no.
Agárrate los machos (los de Paco también) que nadie sabe nada, lo juran, ya se ha transformado en «la persona de la que usted me habla» hasta para quien hace unas semanas comía con él. Nadie sabe nada, no, «como para saberlo, no me sé ni el cumpleaños de mi madre», dirán como próximo argumento en la rueda del no-do de los martes. Toda la arquitectura de aquellas primarias va cayendo porque o pillaban un cacho, o eran unos cochinos, o no eran pedristas-pedristas de verdad. Todo va ardiendo a su alrededor mientras nadie sabe nada, y él menos, por supuesto; no tendrá ni pajolera de cómo su hermano se coló a vivir en el cobertizo de los jardines monclovitas, y desconocerá con quien duerme ni de quién son esas hijas, «igual de Paco, porque ya ven».
Fuentes conocedoras dicen que en la siguiente ronda de cabezas y manos derechas cortadas él seguirá, que en la siguiente explosión tampoco sabrá nada, siendo víctima de unos traicioneros. Nadie es perfecto, ya saben ustedes.