
Borrachera de aplausos
16/08/2016
Actualizado a
18/09/2019
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Fuera de alegatos feministas baratos y de cortes de mangas –eso sí, con ganas ya—a esos que siempre han dicho que en el deporte la equidad sexual existe pero no la igualdad, nos quedamos con el pódium de que dos bercianas metieran la cabeza dentro de los aros olímpicos. A veces los gestos superan, con mucho, a cualquier palabra. Y da igual un bronce que un título, porque los metales quedan fuera de lo que da de sí un sentimiento colgado al sol. Estamos en la resaca de la borrachera de aplausos que nos ha dejado Sabina y Lydia, tan grandes. Dos bercianas que se visten de Río, pero que llevan la maleta cargada de Bierzo siempre. La cuna les vio lanzarse a lo alto, a veces desde la soledad y las lágrimas, pero permitiéndoles su cielo para apoyar el llanto y tocarle en la victoria.Aquí saben que está ese público que ahora se queda afónico de repetir sus nombres. Y, ellas, en ese camino de humildad que, de nuevo les hace tan grandes, perdonan los tiempos en los que nadie sacaba de aquellas dos niñas empecinadas en coger y soltar pesos un buen presagio. Fue cuando se ganaron la tele cuando su cuello lució la primera medalla triunfal. Y detrás de esas deportistas, adjetivo siempre acabado en as, por sentencia del lenguaje inteligente, están dos grandes, que no lo son por ser mujeres, lo son por tener la cabeza en su sitio, entre los aros, por saber marcar el camino y seguirlo, por luchar. Y ahora es cuando todos somos sus amigos y queremos abrazarlas, sin pensar que lo hizo antes una casa de venta de ruedas. Y en el recuerdo de los ojos enfundados en llanto alegre, quedan los que estuvieron. Toño Canedo le puso la hache de halterofilia a Camponaraya. He oído sus aplausos desde el cielo estos días. Siempre queda una historia tras una medalla, y otra por delante. A por ella.
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