¡Suso; si vas a Boñare, traeme una pota que haga así como de litro y medio». Lo recordaba aún así toda su vida Domingo Llamas, un mozo del curso medio del Esla, que había subido a Vegamián, a guardar vacas, y que se había enamorado de una paisana suya, moza que había subido a Lillo a hacer lo mismo en la casa del Cura y su hermana, que también eran ganaderos.
Los dos hablaban en su Vidanes del alma, del monte de Pardomino, y del lago Ausente, mezclando las leyendas del alto Porma con su propias vivencias, que continuaron relatando a sus hijos mientras fueron acudiendo cada año a pasar un rato sentados en el mirador de Vegamián, contemplando el las aguas pantanosas que cubrieron uno a uno todos aquellos sueños, y clavando después la mirada en la lejana cumbre de la montaña de Susarón, antes de cerrar los ojos y fundirse en un abrazo.
Boñar era entonces el centro de la montaña soñada. Y la montaña era el río por el que flotaban, como ahora, las hojas del otoño, como hojas del pasado. En Boñar se daban cita la montaña y la ribera. Por Boñar cruzaba el tren Hullero, cauce de la emigración hacia Bilbao y cadena de transmisión hacia León, donde confluían los alumnos de los curas, y los frailes y las monjas, y algunos del colegio Leonés y oros oficios, trabajos y menesteres. La feria del Pilar, en Boñar, era el centro de la tierra y de los tiempos.
¡Suso: si vas a Boñare...! Y Suso bajaba en bicicleta desde Lillo, y paraba en la venta de Remellán, a echar un trago porque la bajada había sido larga solo de pensar en que por la tarde tendría que subirla ya le daba una sed que a qué te cuento.
Cuesta subir a Pico Cueto, aunque al pasar por el Barrio de las Hollas, los chalets impresionantes parezca que nos hablan de progreso. Barrios como el Pormasol revelan su pujanza. Aunque El Soto nos parezca el Jardín del Edén, cruzado por las mansas aguas del Porma y abarrotado a asturianos que escancian sus culines de sidra y beben como si no fuera a haber mañana: «Por qué cierras los güeñinos, morena cuando me besas».
Sabemos que «hay personas que nacen para regatear la la gloria ajena» pero, no siendo el cronista una de ellas, pasa en Boñar sus maravillosos días de un otoño que comenzó siendo primavera y acaba siendo invierno y no pide a los dioses nada más que se apiaden de sus recuerdos. Suso, si vas a Boñare...