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El bolsillo empoderante

30/07/2023
 Actualizado a 30/07/2023
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Un día cualquiera de verano como hoy, en que muchos nos desplazamos cargados hasta los dientes de telares para la playa, habrá mujeres que digan que vaya cosa, que ellas llevan años cargando un zurrón encima todo el día, pero sin chusco de pan ni cuña de queso. Que tienen que empinar el hombro o frenarlo con la mano para que no caiga o sufrir en la clavícula el maltrato inducido por el peso. Que puede que el telar les funcione como parapeto llegado el caso pero que no es suficiente compensación. Y mucho menos si además se sufre un día un tirón, a lo que parece que se presta el maldito complemento llamado bolso. Aunque también es verdad que si hay veintiún millones de personas currando en España, pocos pueden quedar para delinquir hoy.

El bolso es un cachivache esclavizador. Los bolsillos, por el contrario, son recursos empoderantes. Estos últimos se llevan puestos, incorporados, no hay que andar pendiente de ellos y si existiese posibilidad de desparrame de su contenido siempre se puede estudiar la colocación de una cremallera. Cuantos más bolsillos mejor. Pero no todos tienen por qué verse ni hacerse notar, no queremos parecer una solución textil de almacenamiento colgante de Ikea. Bolsillos bien cosidos, bien diseñados, escondidos, mimetizados son lo potente. En los tobillos, en el muslo, en los abductores, en el coxis, en el pecho, entre el hombro y el bíceps, en la muñeca por el lado del cúbito, en los lumbares y en algún recoveco más que seguro que me olvido y cuya ubicación animo a los locos del ciclismo a compartir. 

Para lo imprescindible siempre vale un bolsillo. Metes la mano, sacas la pastaca y a pagar. Con tarjeta, móvil o moneduqui. Lo de ¡uy no tengo el bolso! ya no se sostiene, en este mundo de bolsillos de quinta generación (de serie o a medida) donde todo lo que uno quiera ya se produce en ‘pocket edition’. Incluso nos entraría un kit de higiene al vacío bien optimizadito si se va a necesitar porque se sale de montería (y a veces se atina).

Reflexionen quienes usan esos pingajos por costumbre cultural e inclínense a compartir esta afición por la autonomía y las manos libres y lo agradecerán. Se ahorrarán además el desagradable tirón, caso de que, como dicen algunos analistas junior, quede gente dispuesta a delito menor. 

 

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