«El beso, el beso, el beso en España lo lleva la hembra muy dentro del alma. Le puede usted besar en la mano o puede darle un beso de hermano. Y así la besará cuando quiera, pero un beso de amor no se lo dan a cualquiera». Puede parecerle a usted, avezado lector, que esta cita es la entradilla de cualquier tertulia de los últimos diez días, pero en realidad es la letra de un pasodoble de 1948.
Para ocultar los problemas del presente, no hay como mirar al pasado de la mano de un troglodita que debería estar fuera de juego hace mucho tiempo y al que los adalides del pensamiento único quieren apartar ahora por una garrulada en forma de beso a la que ni la ‘víctima’ ni sus compañeras dieron importancia alguna (se la tomaron incluso a chirigota) hasta que el régimen puso en marcha su maquinaria.
Qué más da el pago de comisiones millonarias enjuagado por Rubiales con Piqué para llevar la Supercopa a Arabia Saudí, qué más da la destitución de Lopetegui antes de un Mundial para dejar clara su animadversión al Madrid, qué más dan los beneficios arbitrales al Barcelona o los viajes de placer financiados con dinero federativo. Pero robarle un beso de amor a una de las jugadoras... ¡Eso no, por Dios!
Y mientras los telediarios bailan a ritmo de pasodoble igual que en una verbena, los precios y las hipotecas vuelven a subir y el presidente aviador busca su propio enjuague con los herederos del tiro en la nuca o con los secuaces de un prófugo de la justicia, a los que quiere perdonar como fuesen niños que se han portado mal en clase. Y todo con permiso del momio opositor, que se ha prestado a ejercer de bufón durante un mes para que el citado enjuague fructifique y como si su dependencia de los trogloditas de la extrema derecha fuese cosa menor.
En fin, que se nos está quedando un país frentista similar al de la época del pasodoble del beso y en el que todo vale para ocultar la realidad o para no llegar a acuerdo alguno entre los partidos que en teoría representan a la mayoría de los españolitos de a pie mientras las minorías radicales bailotean a sus anchas por el ‘prao’ de la verbena.