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La batalla de Helados

27/04/2025
 Actualizado a 27/04/2025
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Por supuesto que Helados, por mucho que suene a griego y rime con Lepanto, no es un referente de éxito del Imperio Español. Ni lo sería tampoco el doblemente falso topónimo del sintagma ‘Batalla de Miko’ (pronúnciese, en vacilón, como el finlandés Mikko) ya que la batalla fue por Camy (entre los suizos de Nestlé y los que se hicieron con la marca en los dosmil por falta de uso industrial) y la ganó Frigo en lo que a hacer caja se refiere, que es el que mantiene un puñado de clásicos en cartelera.

Un final lógico el anterior, porque la pasta que Frigo le metió en publicidad a la gama Magnum era inaudita en el mundo helado. De Miko solo queda el Mikolápiz, que lo vende Nestlé (la antigua Camy) y ésta en vigor de la primigenia solo mantiene el Colajet, mientras que en Frigo el Drácula, el Frigopié, el Calippo y el Twister siguen aguantando ahí en lo bajo de la tabla año tras año. Y mira que sufre variaciones el cartón, que tiene más reediciones que las obras de Cervantes (por cierto, enhorabuena Pombo). 

Aunque la verdadera batalla de helados es la que uno libra diciendo que no cada día varias veces al pasar delante de las cartelas, cuando uno mismo se zamparía cinco de cada vez. Porque los helados industriales dejan con ganas de más y nunca con la sensación de hartura que los artesanos con cucurucho logran siempre, lo cual no es un demérito de heladerías como el Albany, sino una virtud económica a añadir al maravilloso olor que emana del obrador. Otro reclamo más para que esa calle preciosa que es la Avenida Quevedo compense el frío que le da mirar al bello norte montañoso.

La desesperación con los helados de kiosko llega cuando el que tú quieres no lo tienen ya, por agotado. Da igual si sucede con los cornetes, porque siempre hay alternativas parecidas, pero con los originales de autor (anónimo) es un bajonazo, solo comparable al efecto que provoca pensar que venden Frigo o Nestle y encontrarte con que se han rebajado a Menorquina. Menudo cacón.

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