30/04/2020
 Actualizado a 30/04/2020
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Cuando era un mico y no levantaba dos palmos del suelo, la cita con Barrio Sésamo era indispensable. Además de estar entretenidos, sus icónicos vecinos nos enseñaban a distinguir entre adelante y atrás e izquierda y derecha. Quizá sería necesario que muchos de aquellos niños, que ahora son padres, se reencontrasen con Epi y Blas para repasar estos conceptos y respetar así la distancia social cuando salen a aprovecharse de la libertad condicional que el mando único ha tenido a bien conceder a los más pequeños. Vale más no pensar en lo que sucederá cuando tengamos que pasarnos el videojuego que nos ha regalado el aviador Sánchez y que en realidad parece diseñado por el inane Mariano en uno de sus afamados enredos léxicos. No sé cuánto tardaremos en superar las pantallas del Super Pedro Bros Desescalator, pero no somos hábiles con el mando de la responsabilidad, máxime si tenemos el ejemplo de ministros que se saltan la cuarentena o van a la compra sin mascarilla y tertuliando a centímetros de otros clientes en un burdo intento de dulcificar el drama.

Porque Epi y Blas también nos enseñaban a sumar de forma divertida y los que trabajamos las estadísticas tendemos a buscar un titular y olvidar la trastienda de cada número, pero de ahí a la indecente ligereza con la que se habla de los fallecidos por coronavirus hay un largo y angustioso trecho. Parece que estuviéramos analizando transacciones inmobiliarias o concluyendo que la pensión de los leoneses es 20 euros inferior a la media, pero hablamos de miles y miles de paisanos que tristemente dejan de cobrarla. Y parece que tuviéramos que tirar confeti porque un día ‘solo’ murieron 288. Rociar la tragedia con almíbar no reduce sus efectos ni oculta la supina y arrogante ineptitud del mando único. Puede que la gente haga líderes de audiencia a programas que siembran, riegan y abonan la indigencia intelectual, pero la muerte de alguien cercano poda cualquier rama que impida ver la realidad. Y a todo esto, la oposición sigue centrada en el avistamiento de apabardas, como si se hubiese instalado también en ese lamentable clima en el que parecen más importantes los días que nos faltan para salir que los años que ojalá nos queden por vivir.
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