22/03/2023
 Actualizado a 22/03/2023
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Tarde del lunes veinte: escribo a la espera de la primavera después de haberme leído el texto –qué amnesias, qué vaguedades, qué poco suyo– que supuestamente leerá el profesor don Ramón Tamames como candidato a la presidencia del gobierno de los voxeros o voxistas en su moción de censura y reparo en que, sin voluntad alguna, cosas del subconsciente o de este inconsciente, vaya usted a saber, canturreo con mi poca pero desagradable voz la vieja canción de Rubén Blades y Willie Colón, Pedro Navajas, y, en especial su versos «la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay dios» y «si naciste pa(ra) martillo, del cielo te caen los clavos». Y es que, aún no siendo de días nacionales ni internacionales de cualquiera cosa, no deja de ser una sorpresa, y penosa, no deja de sorprenderme que tal cosa tan poco poética como la que queda por ver haya venido a coincidir en el señalado como día de la poesía.

Martes, veintiuno, por la mañana: escucho mientras espero y paseo por los alrededores de donde uno más celebra la salud y escucho la intervención de Abascal, el supremo patriota –en el sentido definido por Ambrose Bierce en ‘El diccionario del diablo’: «El que considera superiores los intereses de la parte a los intereses del todo» y también, por si a algún acólito le sirviera: «Juguete de políticos e instrumento de conquistadores», y se acentúa mi incomprensión de cómo don Ramón se ha podido prestar a ser técnico de sonido de tales ecos de tan tristes recuerdos y espero con cierta intranquilidad el discurso, tutelado desde su izquierda por la voz de la derecha extrema, del profesor Tamames. Y así toda la mañana a pinganillos puestos mientras siento crecer en mí una inmensa pena por el profesor Tamames.

¿Qué necesidad tendría don Ramón de dar tal espectáculo?, ¿cuál de servir de coartada y altavoz de voxistas o voxeros? ¿Por qué esa necesidad de reivindicación del propio pasado y la propia obra? ¡Ay don Ramón! Si natural es, decía Freud, en la juventud matar al padre, que triste es alcanzada cierta edad –a la mía me refiero– asistir al suicidio en directo de quien fuera referente y maestro de palabra y obra en aquella.

Tarde del martes veintiuno: firmo apenado, aun cuando sospecho que, nuevamente, he constatado una verdad existencial: el hombre está solo. Pues, dónde el amigo, dónde el familiar que le avisase de tan empecinada necedad, de tal manipulación por tal sinvergüencería. ¡Dónde una sincera llamada a su sabida lucidez! ¡Ay don ramón! ¡Qué pena!

Buena semana hagamos y tengamos. ¡Salud!
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