El aullido del Lobo Marley

03/09/2024
 Actualizado a 03/09/2024
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Con un bastón tallado en madera de apoyo confiado y el dolor de las secuelas de un ictus en la mirada, se deshace de su vulnerabilidad para escudar al lobo. Tratado como alimaña primero, como trofeo de caza después y ahora protegido frente a los que siguen atascados en esa premura del pensamiento inicial cuando se digitaliza una res muerta, Luismi Domínguez sabe que el cánido es un aliado y no un enemigo. Ha tenido que pasar un Félix Rodríguez de la Fuente grabando su aullido y dando un paso que se quedó en la distancia corta entre el asesinato sin medida y el asesinato controlado, para ahora concebir una vuelta de tuerca más y levantar la mano de la prohibición ante la muerte. Antes del ‘Lobo Marley’ el pensamiento no era más que el de liberarse de un peligro en potencia. Antes de Luismi Domínguez la extinción sobre el rey de la naturaleza, el que encumbra la cadena trófica, era certeza. Diez años de trabajo han conseguido que Europa entienda el valor de un animal con neuronas olfativas, que huele la enfermedad de sus presas y ayuda a su control expansivo. Y ese es su mayor valor para una ganadería que cada vez padece más esas patologías y las de quienes piensan en corto. Sin embargo, no se ve el aliado que viene a ser el cánico en el campo. Mata, y eso le convierte en delincuente. Mata, y eso abre la puerta a la defensa más radical, la del diente por diente. Y en realidad, el lobo nunca mata, sigue la cadencia de un carnívoro en un ecosistema consabido. El lobo necesitaba dignidad y hoy parece haberla conseguido, aunque quedan voces que llaman a las barricadas para recuperar ese sistemático control numérico que no cuadra. Noventa lobos en la sierra de la Culebra. En todo el país, 2.500. Si la cuestión viene dada por la suma, el peligro se diluye en sí mismo. Europa no es sin el lobo,  dice Luismi engrosando la estirpe lobera que, como Félix, quiere ser lobo «y vivir en una tierra no contaminada, con bisontes pastando en las praderas como aquellos que quedaron pintados en la cueva de Altamira; y cantaría a la luna por la felicidad infinita de vivir en un mundo así». Lo peor, es que piensa que al mamífero no lo matarán las balas como pretenden. Será la leishmania. 

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