Una hora duraron las entradas para la corrida de la Hispanidad el 12 de octubre en Las Ventas. Y pasados 45 minutos de las 00:00 horas, cuando salieron a la venta, no quedaban dos localidades juntas en ninguno de los 10 tendidos que hay en la Monumental. ¿El culpable? Morante de la Puebla.
Siempre se han dicho dos cosas: la primera, que Madrid espera, que tiene memoria y siempre agradece; la segunda, que todo el mundo es morantista, aunque alguno todavía no lo sabe. Lo que se va a vivir ese día será la reafirmación de sendos preceptos. Por la mañana se rendirá homenaje a un Torero de Madrid como lo es Antoñete, que tantas veces puso Las Ventas del revés, mientras que por la tarde se celebrará la ya tradicional corrida que homenajea a ese gran proyecto de civilización que hicieron nuestros ancestros.
Sin embargo, este año la fecha adquiere un punto más de profundidad y de excepcionalidad. El 12 de octubre servirá para dar cuenta que tenemos ante nuestros ojos a la última gran figura del toreo, que al igual que las de antaño, su persona trasciende más allá de lo puramente taurino. El fenómeno creado a raíz de la temporada de Morante es ya algo social, algo que tiene más que ver con lo sociológico que con lo artístico (que también). Véase, sino, sus últimos triunfos en Madrid y Sevilla cortando el tráfico de las vías más importantes de ambas polis. Pero las cosas han virado mucho en muy poco tiempo, pues hasta hace tres o cuatro años al sevillano se le conocía como ‘Tunante de la Puebla’.
‘Ligerito’ cambió la historia del toreo en la Real Maestranza. Desde esos faroles que Morante le dio para recibirle con el capote hasta los naturales con la espada ya enterrada hasta la bola. En verdad, no sé si la cambió, pero lo que sí sé, seguro, es que puso el listón artístico en cotas no alcanzadas hasta entonces. Faltaba, ahora, Madrid, aunque con matices. Lo que faltaba realmente era el derribo de su Puerta Grande, de verle salir a hombros entre una marabunta de gente aclamándole, pues la cumbre del toreo ya la había alcanzado varias veces en ese ruedo que, si se da, te catapulta. El caso es que esa imagen de Morante a hombros por la calle Alcalá se acabó viendo este mismo año y rememoró tiempos pasados en los que los toreros volvían a hombros desde la plaza hasta el hotel.
Esas dos faenas, junto con otras tantas repartidas por toda la geografía española, han hecho que muchos nos demos cuenta de quién es Morante. Un servidor se dio cuenta el 23 de abril de 2023. Tarde, pero lo hizo. Con esa faena aprendió a ver toros, a entender el concepto de torear y, sobre todo, se dio cuenta de que es imposible no ser morantista, pero algunos todavía no lo saben.
Junto al cigarrero, en la jornada vespertina estará Fernando Robleño, fiel reflejo de que el Madrid castizo sigue existiendo y no se lo han merendado las moderneces que sí lo han hecho con todo lo demás. Se despedirá del toreo y de (su) la plaza como merece: con los tendidos a rebosar y, a buen seguro, una cerrada ovación en la que más de uno acabará con palmas rojas y ojos llorosos.
Al igual que la gran mayoría de veces, Madrid será ese día «the place to be». Para recordar el mechón blanco, despedir a Robleño y esperar una posible oda al toreo por Morante.