Reconozco que me llevan los demonios cada vez que veo una esquela de alguien que sé de su biografía ejemplar —la gran mayoría de las veces mujeres— y que se nos va siendo en la esquela la primera vez que aparece en el periódico. Y ella no la puede leer.
Repaso las páginas de varios periódicos del día y veo páginas y páginas de personajes que bien podrían haber dejado su espacio a quien se ha ido sin tenerlo nunca. Y lo peor es que ese personaje igual salía el día antes —sin ningún motivo, como hoy—y volverá a salir mañana —sin ningún motivo, como hoy—;si bien es cierto que de repente desaparecen y no vuelven a aparecer nunca, salvo Miguel Alejo, que se fue a criar burros a Zamora y apareció por todas partes, pues les parecía una excentricidad, como si creyeran —que igual lo creen—que los burros también se compran en Mercadona para ponerlos en el Portal de Belén, haciendo de mula, por cierto, que a nada que te descuides te dan gato por liebre.
Siento entonces una gran impotencia sobre qué estamos haciendo con este oficio de contar historias que merezcan la pena, que casi nunca llegan por correo electrónico o te las cuentan a la salida de una reunión al más alto nivel.
Me acaba de pasar. La esquela era de Asun, que vivía en La Robla y también en Valdeteja, donde fueron a parar sus cenizas esta semana, al lado de Socorro y Toto.
Asun fue una de esas mujeres que se definen muy rápido: «No se puede ser más buena». Y noble. Siempre haciendo algo, siempre pensando en los cuatro hijos, siempre con las puertas abiertas para los cuarenta amigos de sus cuatro hijos, siempre con palabras de consuelo y soluciones para los dolores ajenos, siempre con tiempo para ayudar, siempre con la memoria del fallecido Don, tan joven, en la boca, siempre Asun.
Indomable en el amor superó todas las barreras, de la incomprensión y los prejuicios fanáticos, para construir la familia que soñó.
No existen hijos más buscados y deseados. No existen olvidos más injustos. Ya lo siento. Sirva este rincón...