Hace tres años que estalló la guerra entre Rusia y Ucrania. Parecía inverosímil que pudiese darse semejante situación, en Europa y en pleno siglo XXI. Más inexplicable aún es que su duración haya superado ya los mil días, nada menos.
Mantener activo un conflicto armado significa destrucción, miseria, pérdidas humanas y materiales irrecuperables. Los daños y las heridas perdurarán durante décadas en los territorios afectados y se extenderán inevitablemente a otros.
No se entiende por qué no se ha encontrado la forma de terminar con esa locura en tanto tiempo, a no ser que existan intereses ocultos por parte de alguien, claro está.
En este triste aniversario solo queda expresar el deseo de un final próximo y en condiciones dignas. Si se logra la paz, todos resultaremos beneficiados.
Las únicas armas que deberían utilizarse en el mundo actual, para que la humanidad avance, son las que nos proporcionan el conocimiento y la cultura.
El desarrollo de múltiples proyectos de investigación científica en diferentes campos suele dar lugar a resultados cargados de esperanza. Siempre es agradable escuchar hablar o leer sobre descubrimientos que impliquen una mejora en nuestro bienestar o calidad de vida, a cualquier nivel.
Por eso hay que reconocer el mérito que tienen todas las personas que realizan esa labor a pesar de las trabas que encuentran en su camino; burocráticas, económicas o de otra índole.
En las universidades, además de la enseñanza impartida en las aulas, tiene lugar también parte de este trabajo.
Una buena ocasión para descubrirlo es la celebración de eventos de divulgación científica como el que tiene lugar esta semana en León, Expociencia.
650 investigadores se encargarán de mostrar en 52 talleres las actividades que desempeñan en las facultades y darlas a conocer al público en general durante tres jornadas.
Es de vital importancia para la sociedad el aprendizaje continuo y la investigación, si no se ponen palos en las ruedas de ese carro, podría llegarse muy lejos.