La llegada de septiembre es sinónimo para muchos de volver a la monótona rutina tras disfrutar de las vacaciones veraniegas, pero en Santa María del Páramo el inicio de este mes siempre ha sido el más esperado para celebrar las fiestas en honor a la Virgen de la Guía que, un año más, no han decepcionado a este humilde juntaletras.
Ni el acto de presencia que hizo la lluvia el jueves y el viernes impidió que los parameses viviéramos prácticamente en la calle durante cuatro días de gran confraternización entre vecinos y amigos. Mención especial merecen todas y cada una de las peñas que siguen llenando de colorido los festejos y animándolos con sus diferentes actividades. Sin ellas, seguramente las fiestas no serían las mismas. Imagino que ser peñista también tiene que ser una forma distinta de vivir este tipo de eventos, pero en mi caso –al menos por el momento– de momento me debo a mi parroquia del bar Derby y sigo siendo fiel cada año a mi pastor, Santiago.
Por otro lado, creo que de alabar es la tarea realizada por el concejal de Fiestas, Omar Sabaria, que siempre da la cara y que tristemente ha recibido numerosas de críticas anónimas a través de las redes sociales. Es de necios pensar que un concejal quiera que las fiestas de su pueblo sean malas, pero siempre es más fácil jugar a serlo sin mover un dedo ni dar la cara por la pantalla. La programación te puede gustar más o menos e indudablemente siempre tiene que haber actividades para todas las edades y gustos. Y creo que este año ha quedado patente. Personalmente, ver la a Orquesta Mondragón no es lo que más esperaba, pero contemplar la plaza del Cristo de mi pueblo repleta de gente sí que me agrada. Asimismo, he de reconocer que con otras actividades en las que no me esperaba disfrutar, me lo he pasado como un auténtico enano.
Acertar y conquistar a todos los públicos nunca es fácil. Además, la probabilidad de fallar es enorme. Sin embargo, creo que aquí es donde entra el trabajo propio de cada uno, porque por experiencia personal y por mis propios gustos, pocos concejales del pueblo podrían conquistarme con su programación para las fiestas. Por eso, en todo momento –pero sobre todo si son las de mi pueblo– he aprendido a disfrutar de las fiestas independientemente de lo que me guste o no, porque al final lo importante es la gente de la que me rodeo para celebrarlas a lo grande durante cuatro días. Créanme que la programación pasa a un segundo plano... Y el que diga lo contrario miente.