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El apagón (y Trump como Papa)

05/05/2025
 Actualizado a 05/05/2025
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Ya sé que lo verdaderamente importante es saber por qué se ha producido un apagón general de varias horas en España (salvo en Oseja de Sajambre, quiero decir), desvelar el gran misterio que duerme en infinitos datos y microsegundos, según he escuchado: eso que nadie podrá conocer, creo, en semanas, o en meses, tal es el tamaño del enigma de lo que nos ha ocurrido. Pero no resultaría menos importante, me van a permitir, la explicación del gran apagón global que estamos sufriendo en el planeta, esta especie de tiniebla que nos va devorando, mientras sacamos cada día a la IA a pasear.

Como ya escribí la pasada semana en otro lugar, fue Goethe el que, en su lecho de muerte, pedía “¡luz, más luz!”. Es lo que me pasa a mí a menudo en el garaje, donde no se ve ni a jurar. Algunos lo han dicho de las ciudades, como esta, que al parecer se han vuelto más oscuras, quizás porque las nuevas luces, más económicas y menos contaminantes, no iluminan tanto. De Goethe se aseguraba, con ese toque intenso que ponemos al hablar de los clásicos, que el filósofo y escritor demandaba, mientras se moría, que buscásemos más claridad de entendimiento, más ideas luminosas, ante el crecimiento inexorable de la oscuridad. Luego, algunos han enmendado la plana a tan sesudo análisis y han dicho que el tal Goethe lo único que pedía es que apartaran un poco las cortinas, que no se veía nada en la habitación: sólo quería un poco más de luz, sin filosofías ni metáforas, cuando la muerte se anunciaba, dispuesta a cerrar sus párpados.   El apagón del otro lunes (qué mala leche, precisamente en lunes) nos devolvió durante un montón de horas a la Edad Media, bueno, a lo mejor no tanto, salvo los afortunados de Sajambre, ya digo, que deberían patentar ese sistema ‘isla’. He leído que al fin nos dimos cuenta de lo que vale la electricidad, que la damos por supuesta, como casi todo. Como la democracia, por ejemplo. Pero es que no hay que dar nada por supuesto. Los ingleses llaman a la electricidad ‘power’, poder, y por algo será. Prometeo robó el fuego a los dioses y se lo dio a los humanos, porque son estas cosas las que te acercan un poco a ser divino (no necesariamente divino de la muerte, no nos pongamos estupendos). Yo mismo me encontraba explicando a mis alumnos el ‘Frankenstein’ de Mary Shelly justo en el momento en que se fue la luz. La electricidad (en una noche de rayos y truenos) inspiró a Víctor F., que, siguiendo las teorías de Galvani y sus esfuerzos por resucitar ranas con descargas eléctricas, intentó (y consiguió) insuflar vida a un cuerpo construido con partes de cadáveres, no partes al azar, sino bien escogidas, lo mejor de lo mejor entre los muertos. 

Eso se dice en la novela de la joven y brillante Mary Shelley. Y, a pesar de tanto celo, a Víctor le salió una criatura horrenda de ojos amarillos, que tanto emocionó al cine y al teatro prácticamente desde los orígenes, y que nos ha llevado al gran debate entre la ciencia y la moral, y la ciencia y la religiosidad, al debate también sobre la apariencia física y la integración, y cosas así. Los dioses nos castigan porque intentamos saber tanto como ellos (Adán y Eva, expulsados del mítico jardín por meterse en otros jardines…), por robarles el fuego, el poder y la gloria. Pero hay algo que no hemos logrado todavía, y Mary Shelley lo sabía: evitar el soplo final de la muerte.   La tiniebla nos rodeó el pasado lunes al medio día, caímos varios siglos en un pozo inesperado, y, peor que la electricidad, se evaporó también internet, o sea, el wifi, que hoy en día es como si se marchara Dios de vacaciones. Los adolescentes andaban con el móvil en la mano como si fuera una cacatúa muerta. Mucha gente se perdió durante horas porque no tenía Google Maps. Esto da idea de nuestra fragilidad, demuestra que podemos convertirnos en seres sin destino en el mundo por falta de GPS. Pero vino al rescate la radio. Siempre está la radio. O sea, el transistor. La gente buscó con ahínco el papel higiénico, de acuerdo, un clásico, pero en realidad quería pilas y radios analógicas. Lógico. Un mundo más palpable, la sintonía amiga. Nunca se lo agradeceremos lo suficiente. Mientras todo se fundía a negro, mientras la película de la vida se detenía. Una especie de muerte que todo lo borraba, sin luz al final del túnel, como dicen los que han experimentado la cercanía de la parca. Nada, ni esa luz. Todo tinieblas.  No sólo nos quedamos a dos velas (literalmente), sino que los chinos hicieron su agosto (son buenísimos como último recurso, pero todo tiene un límite). Sentimos que el mundo continuaba, pero nosotros no nos enterábamos. Había un mundo real que no salía en la televisión, del que apenas había imágenes, y muchos sospecharon que algo se tramaba en el planeta, y de ahí la gran desconexión. Un apagón da para elaborar grandes narrativas (eso sí, una vez que vuelva la luz). A veces, como si pasara un ángel de gigas improbables, el whatsapp despertaba y vomitaba mensajes apresurados, mensajes de estupor que ya parecían de la Prehistoria. Así sería el mundo a partir de ahora, pensé, si Sánchez y los suyos no lograban arrancar aquello. Me acordé de inmediato de Luis Moya. De eso me acordé.  

En fin, ya estamos otra vez funcionando, como dicen en mi pueblo. Pero apenas sabemos nada de lo ocurrido, como nada sabemos de Dios, caso de que exista, claro, que esa es otra, ni de la composición de la cocacola, que sí que existe. Todos somos contingentes, pero la luz es necesaria. Y es necesario que amanezca, que decía el gran José Luis Cuerda, aunque sea por el lado contrario. Un sindiós del que no estamos tan lejos como parece. 

Hemos salido de las tinieblas, sí, pero hay un gran apagón en estos tiempos que corren. De un nuevo Siglo de las Luces, ya ni hablamos. Se nos están apagando todas, las cortas y las largas. Como mucho nos quedan las intermitentes. Y en algunos casos, la luz de marcha atrás. Esa tiene brillo. Por si no hubiera suficientes referencias diabólicas y en este plan, Trump se nos ha vestido de Papa. Por hacer la gracia, vale, pero qué necesidad había. Son esos pequeños síntomas de que algo no va muy bien. A Trump, o a su equipo de bromas, le pone la inteligencia artificial. Cómoda es, desde luego. En vísperas del Cónclave, que despierta morbos, no lo nieguen, el presidente de los USA parece no conformarse con ser un Dios americano, sino que quiere ser un Papa americano (aquí entraría la canción, ya saben). No quiero pensar que Trump, después de cien días dando la vara al planeta, hablando más que un charlatán de feria y con menos tino, se haya aburrido y prefiera darse a las letanías y bulas papales (mejor bulas que bulos, eso sí). Ay, Dios. Lo de las tinieblas cegando el conocimiento va a ser verdad.     
 

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