De todos mis viajes a León (desde Galicia) mis favoritos son los viajes del invierno. Las carreteras ya no son lo que eran, a pesar de las heridas recientes de los viaductos (espero que las heridas no vuelvan, aunque se dice que hay algunos sometidos a revisión: como debe ser, supongo). También están los trenes, ya puestos. Los trenes españoles se convirtieron en los mejores casi del mundo y, de pronto, llegó una especie de decadencia súbita, con esas averías y esas impuntualidades. En fin. Seguimos teniendo quizás la mejor red de alta velocidad, uniendo grandes ciudades, eso sí, mientras los pueblos se van aislando más y más, aumentando su soledad, su paisaje desértico. Comprendo que es difícil conjugar transportes de alto nivel con la ausencia de población. Un tren veloz que pasa de largo es una metáfora del progreso que se escapa, que ignora lo que deja atrás. Pero el tejido rural es muy, muy importante. Va quedando un rastro de estaciones también vacías y obsoletas, un rastro de vías muertas, algunas sólo muertas, otras convertidas en caminos verdes.
El paisaje de olvido o del abandono no es raro en la España interior. Y, en cuanto a León, ya sabemos nuestra problemática relación con el tren. En Compostela han puesto a la estación el nombre de Daniel Alfonso Castelao, un intelectual de la generación Nós que prácticamente construyó la identidad contemporánea de Galicia como sitio distinto. Castelao, político en cortes y en el gobierno en el exilio de José Giral, murió en Buenos Aires hace 75 años y sus restos fueron trasladados al Panteón de Gallegos Ilustres en 1985. Sus ensayos y sus obras literarias son muy celebradas, pero sus caricaturas sí que son realmente famosas, sobre todo esas que dedica a los caciques y también las de los paisanos pobres que nunca pueden triunfar, por más que quieran, y que a menudo dibuja como ciegos (él, que tantos problemas tuvo con la vista).
Pero, en fin, volvamos a la estación de tren de Compostela. Se la han dedicado a Castelao porque el ferrocarril era una de sus obsesiones, la necesidad de conectar a una Galicia siempre perdida en una esquina del mapa. Ha sido un tema recurrente en esa tierra y ahora veo con rabia que es León quien sufre por el tren. Nos han acercado a Madrid (… y a Valladolid) por ferrocarril, de acuerdo, pero observo que poco a poco se va tejiendo una burbuja sobre la provincia, un aislamiento que es mental, sentimental incluso, pero, desde luego, físico. Se va a retomar ahora la autopista desde/hasta Valladolid, por territorios llanos como la palma de la mano. ¿Cuánto tiempo será necesario para completar una vía cuya existencia es obligada?
Es difícil que León progrese sin unos transportes competitivos. El aeropuerto, a pesar de tantas trabas, va dando buenos números. Pero debe optimizarse ya, también sus sistemas de aterrizaje en malas condiciones atmosféricas, al menos por lo que leo. Por supuesto, las cercanías férreas siguen siendo el gran problema. La conexión con Galicia, precisamente. O con el futuro corredor mediterráneo (del atlántico, mejor no hablamos).
La estructura radial centralizada nos lleva siempre a Madrid. Una y otra vez. Y aunque nuestra alta velocidad haya sido ejemplar (ahora, vive años complicados, por lo que estamos experimentando), hay que pensar también en las conexiones secundarias, como se piensa en las carreteras secundarias. Porque se piensa en ellas, ¿no? En fin, al menos las autovías van manteniendo no sólo su gratuidad, sino que el asfalto, no sin dificultad, se ha ido mejorando: la A6 ya es más transitable que hace unos meses, sometida como está a un tiempo inclemente y a un tráfico pesado más que considerable.
Si no se articula de una vez por todas un corredor atlántico especialmente para mercancías, que conecte directamente, como se dijo, con el puerto de Vigo (y León tiene que aparecer adecuadamente en la lista de inversiones y ser tenido en consideración en este proyecto, y todo ello antes de 2030), es normal que las autovías y las autopistas sufran un gran tráfico pesado y que el ferrocarril no avance (más allá de la conexión típica con Madrid, claro está: esa nos la sabemos). También pienso en la integración del tranvía, en el posible soterramiento de las vías, en el fin, tras años de idas y venidas, del moderno proyecto del tranvía ¿eléctrico? en León. ¡Con la cantidad de modelos que hay en toda Europa y que funcionan muy bien! Es lamentable y muy triste que siempre haya que renunciar al futuro. ¿Qué digo al futuro? Al presente. El metro ligero podría ser una opción en las ciudades medias.
Pienso en todo esto mientras conduzco por esta A6 del invierno. Definitivamente el asfalto ha mejorado en cierta medida (en algunas zonas era terrible), y el fulgor de esa nieve nueva de las montañas lucenses y leonesas que me acompaña todo el viaje hace que me sienta feliz. La nieve siempre es poderosa, es para mí el gran viaje hacia la infancia. En la radio dicen que estas son las navidades más frías en al menos quince años. Yo recuerdo el frío de la infancia como algo salvaje, pero a la vez tengo muy presente que aquel frío, que se movía alrededor como un animal hambriento en busca de su presa, nos ponía en marcha. No sabría entender la vida sin el frío. Voy meditando sobre el fin de año. El año se acaba, como todos, y otra vez lo hemos vivido peligrosamente. Un año feroz, lleno de motivos para descreer de la especie humana. Lo mismo va a ocurrir en el próximo, me temo. Ya no hay paz para los humildes, mucha menos para los derrotados. Soy casi siempre optimista, pero… ¿Qué les voy a contar?
He escrito sobre esto muchas veces. Cada año que pasa tengo más sensación de que todo se desmorona alrededor. Tal vez sea la proximidad de la vejez (¿o estoy ya en ella?), o la falta de comprensión de algunas cosas. Creo que soy un tipo moderno, sin embargo. Me encanta la tecnología (si no me convierto en esclavo de ella), y tengo mucha confianza en los jóvenes. A pesar de lo que se dice. A pesar de que se diga que está creciendo el autoritarismo y el neofascismo e, incluso, el apoyo a las dictaduras. No puede ser: no será si los jóvenes lo piensan bien. No será si les explicamos bien las cosas (esto también importa). Ya sé que hay ejemplos terribles ahí fuera, y no sólo Trump, que pueden convencer a quien no haya experimentado otra vida, otro tiempo. Sí. Todo parece indicar que 2026 va a ser un año difícil a nivel global. Hay motivos para pensarlo. Ojalá me equivoque. Esta nieve que veo a lo lejos, mientras conduzco, es la que me salva ahora mismo. A pesar de todo, de tanta intolerancia y tanto odio, de tanto ruido y tanta furia, os deseo lo mejor para el año que comienza.