Mientras escribo estas líneas, el mundo despide el 2023 y da la bienvenida al 2024. Doce simples campanadas los separan. Suelen ir acompañadas de doce uvas, una por cada mes del año. Y por cada uva un deseo personal e inconfesable, porque dice la sabiduría popular que si se cuentan no se cumplen.
Las buenas intenciones junto con los múltiples y variopintos rituales, que llevan aparejada la promesa de asegurar la buena suerte en el año que comienza, circulan por doquier. Es una noche cargada de simbolismo, de emociones encontradas.
La mayoría de nosotros, en estas fechas, solemos echar la vista atrás. Aprovechamos para repasar las cosas que nos han sucedido, para bien o para mal, los errores cometidos y los aciertos. Un buen ejercicio de aprendizaje. Sin poder evitarlo nos viene a la mente el recuerdo de esas personas que formaron parte de nuestra vida y ya no están. Y dedicamos un brindis a su memoria que nos hace sentirlos presentes de una forma muy especial.
También miramos hacia adelante, trazamos nuevos proyectos en los que volcar la energía y nos marcamos nuevas metas. Siendo realistas, tampoco es cuestión de dejar todo a merced del azar. Hay que poner de nuestra parte si queremos un mejor futuro para nosotros y para el mundo.
Pero sabemos, por propia experiencia o siguiendo el consejo de quien la tiene, que es importante vivir el presente, disfrutar de los seres queridos y de todas aquellas pequeñas cosas que tenemos aquí y ahora. Así que toca celebrar y divertirse.
De todos modos, por si acaso la Nochevieja no nos parece suficiente ocasión para lanzar nuestras peticiones y nuestros sueños a volar, estamos a tiempo de escribir la carta a los Reyes Magos. No está de más.
No es la primera vez que lo escucho: creer firmemente en que se hará realidad algo que se anhela, es fundamental para que así suceda.
De modo que vamos a empezar con buen pie, con ilusión y esperanza. Sin duda, los próximos meses nos depararán éxitos, alegrías, salud y paz. Feliz año nuevo.