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«¡Anda’l ganao!»

05/08/2023
 Actualizado a 05/08/2023
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El asunto ya trae cola. Como la de los que lo protagonizan. ¿Cómo enfrentarse a las fauces amenazantes de los que asaltan cuando decido salir a correr a primera hora de la mañana por este caminín de la Vía Hispana-Bardaya, otrora minero, hoy ganadero?

Al principio optaba por desviarme buscando senderos alternativos o incluso bajando al pueblo que da nombre al municipio: «Así conozco nuevos horizontes», me consolaba. En otras ocasiones, declarada en rebeldía, portaba dos piedras bien grandes con afán disuasorio para los canes, pero al final el peso solo conseguía cortarme el ritmo de carrera y alterarme el ánimo.

Algún veterano me topé corriendo con una pértiga de avellano, y hasta una paseante rosada en pleno ataque de pánico mientras un enorme cachorro blanco de mastín la olisqueaba con bonachona curiosidad meneando el rabo con un placer inusitado.

¡Denuncia! me decía un indignado en una tarde de terraceo durante uno de esos corrillos de verano.

Alfonso, mi compañero del IES Guardo, profesor de Griego y Latín, me dio la solución.

Lo relaciono con lo que vi el otro día colgado en el Tablón de Anuncios del Ayuntamiento de mi pueblo. «¡Atención! Estás entrando en territorio rural. Te recordamos que aquí las iglesias tienen campanarios que funcionan, las vacas llevan campanos que hacen ruido, los gallos cantan a horas intempestivas, los animales cruzan las calles y las carreteras sin avisar, hay agricultores trabajando el campo para producir nuestros alimentos y los tuyos, y cuando se abona huele mal».

Alfonso, les decía, además de un excelente profesor al que los alumnos adoran es un hombre viajado que después de toda una vida recorriendo el mundo: Japón, EEUU, Irlanda, Alemania, Francia…, ha regresado para fijar definitivamente raíces en su pueblo en la montaña palentina.

«Marta, para doblegarlos es mejor que les encares, y con la voz más potente y con autoridad que te salga les grites ‘¡anda’l ganao!’»

Y así lo hice el primer día que la vieja mastina de infinitas mamas colgantes me salió con su indolente benjamín de entusiasta rabo meneón al camino ladrando con la autoridad de las decanas en ladridos y escarceos con lobos.

‘¡Anda’l ganao!’ 

Mano de santo, la rotundidad del grito me salió como de indígena pastora. Hizo su efecto, y aunque algún ladrido de cumplimiento me dirigieron, por aquello de cubrir el expediente de guarda y custodia ovejuno, el camino se despejó al modo como las aguas se abrieron en el Mar Rojo bajo el cayado de Moisés. Al ‘ganao’ se fueron.


Estoy por decírselo en el bar la próxima vez al que siempre me dice que denuncie, pese a que nunca le he visto perderse por estos caminos que huelen a limpio.

‘¡Anda’l ganao!’

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